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La guillotina de santos

El
respeto humano es una guillotina de santos. Se mete en todas las obras
y con tanta astucia, que sin una revisión detenida sobre nuestros
motivos de obrar y sobre los deseos que inspiran nuestras obras, no
podemos advertirlo, existiendo quizás en el fondo. Es tan sutil este
vicio, que se mete en nuestras obras en cada momento, nos hace buscar
el aplauso de los hombres, nos hace trabajar buscando la complacencia
de un superior y a veces de alguna persona cualquiera que ni siquiera
nos interesa. Nos hace sufrir, fatigarnos, practicar el deber con
esfuerzo y en el momento que uno podría llegar a la santidad con una
vida perfecta, mata esa misma santidad, la condena a la guillotina,
porque este respeto humano le hace obrar por un "qué dirán", por una
complacencia pasajera, arrebatando la verdadera santidad, que consiste
en la pureza recta del amor a Jesucristo.

Conocida
la astucia envenenada y criminal de este vicio, ¡cómo sentimos se
repugnancia y cómo debemos decidirnos a encaminar siempre en la
sinceridad y en la rectitud nuestra vida ordinaria! Porque este respeto
humano precisamente nos arrebata la santidad de las manos cuando
creíamos alcanzarla, nos mata la santidad después de una vida de
trabajo y de sacrificio. Ante eso se impone una lucha tenaz contra este
vicio.

Todos
los santos tuvieron contra él una batalla cruda y constante; porque
este vicio se nos quiere meter en todas nuestras obras; pero no
importa, obrar siempre con rectitud. Si vienen sentimientos, que la
voluntad obre con seguridad y recta intención; he de obrar por Cristo,
por mi ideal. No me importa el aplauso atronador pero mezquino de los
hombres, ni para obrar el bien, ni para dejarlo de obrar. Cristo nos lo
advirtió, Él que tan bien conocía el corazón humano: "No temáis a los
que matan el cuerpo y no el alma" (Mt. 10,28).

(carta del 28 de abril de 1951)