No conciban la imitación de Cristo como un medio de perfeccionamiento
estrictamente individual, por el que ustedes desarrollan su
personalidad, imitándole como a modelo perfecto. Cierto, es nuestro
ideal y nuestro modelo, muy superior a cualquier otro ser humano que
podamos imaginar o conocer; pero no debemos quedarnos ahí, hay que
acercarnos a Cristo viendo que su maravillosa personalidad brota
justamente de su relación y de su actitud hacia los demás: la armonía
de sus facultades, la fuerza de su carácter, la grandeza de su corazón,
la rectitud de su conducta, todo ello está en la base de su relación
con los hombres, de su entrega a ellos, de su acogida llena de dulzura
y comprensión.