Los hombres del Reino deberán ser un ejército numeroso, una multitud inmensa, fuerte y resonante como el trueno y luminosa como el sol; que haga saber a los hombres que el amor existe y que con su manera propia, don de Dios, los conduzca a amar ese amor. Recuerdo que a mis 18 años en el seminario algunos de mis compañeros a mis certezas en el amor y en la posibilidad de entregarlo a los hombres les llamaban "sueños inconsistentes" pero yo les decía: lo que da consistencia a mi certeza es la Palabra de Dios que promete acompañarnos y asistirnos hasta la consumación de los siglos.