Cristo nos presenta como condición primera de seguimiento la necesidad de negarnos y morir a nosotros mismos diariamente. Y hablando del Reino de Dios, confirma esta ley de crecimiento: es la semilla arrojada en el campo que no deja de crecer día y noche, es el fermento que ejerce constantemente su acción transformadora en la masa, es la red arrojada al mar que va arrastrando toda clase de peces. La gracia de Dios es un principio de vida y movimiento que se inserta en el cristiano y lo hace crecer constantemente; es como el corazón en nuestro organismo: una vez puesto a andar, ya no puede pararse, so pena de provocar la muerte.