El paso de Dios
Desde muy temprano, como siempre,
se hizo patente el amor de Dios.
Comenzando por estrenar un día,
que, llamarlo maravilloso sería poco:
azul purísimo el cielo,
brisa fresca, que agitaba las hojas nuevas de un verde brillante.
La vida y el corazón de Dios palpitaba en las buganbilias rojas y moradas,
y en los capullos que reventaban en rosas de púrpura;
en los prados cuidados y frescos,
en el sol, que todo lo llenaba de encanto y ardor.
Pero, si la naturaleza estaba de fiesta,
mi alma de inmediato clavó sus ojos en el buen Dios
que, “mil gracias derramando,
pasó por estos sotos con presura,
y yéndolos mirando,
con sola su figura vestidos los dejó de su hermosura.