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Señor, que quieres de mi

Señor, que quieres de mi

 

 

Jesucristo, estoy aquí este momento delante de Ti para pensar un poco en la vida, en los demás, en mí, en tantas cosas que me dan vueltas en la cabeza y no logro entender sobre Ti, sobre el mundo, sobre mí mismo.

Quisiera hacer grandes cosas por Ti, por los hombres, para que mi paso por la historia no resultara vano.

Yo sé que en Ti está la Vida y la Verdad y por eso vengo a beber en la única Fuente capaz de apagar mi sed de verdad, de bondad, de belleza.

Hoy quisiera pedirte de modo especial por aquellos jóvenes como yo que perciben en el interior de su corazón tu llamada al sacerdocio o a la vida consagrada.

No debe ser fácil para ellos dejar todo para seguirte a Ti. Les debe costar dejar sus familias, sus novios o novias, sus amigos... Pero yo comprendo perfectamente a quienes son capaces de dejar todo eso para seguirte.

Porque Tú eres el tesoro por el cual bien merece la pena vender todo con tal de no perderte a Ti.

Ellos irán por el mundo predicando tu Evangelio, suavizando con tu palabra la amargura de muchas vidas humanas, dando un poco de esperanza a tantos hombres, a los miles y miles de jóvenes que viven sin ilusión, sin trascendencia, sin amor verdadero.

Ellos irán derramando por ese mundo que parece condenado a la amargura y al
odio, el perfume de tu mensaje de gozo, de paz y de esperanza.

Irán consolando a los tristes, fortaleciendo a los débiles, derramando gracia y perdón. Hasta siento envidia de ellos. Yo no sé qué respondería si sintiese tu llamada. Lo único que te pediría en ese momento es lo que te pido por aquellos jóvenes que ahora la están escuchando: generosidad, valor, audacia y fe.

Verdaderamente Tú eres capaz de llenar una vida, de darle sentido, de hacerla fructificar. Danos sacerdotes según tu corazón.

Mueve los corazones de los jóvenes para que no vacilen en dejar sus redes cuando Tú, posando sobre ellos tu mirada, te detengas a la ribera de sus vidas, pronuncies sus nombres, clavados en tu corazón desde la eternidad, y con tu palabra poderosa que creó los cielos, les digas con suavidad firme: «Sígueme».

Amen