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Señor de las bodas de Caná

Señor de las bodas de Caná

 

 
Señor de las Bodas de Caná
Un día nos unimos en el matrimonio
y tú fuiste el invitado de honor.
Tú no podías faltar
porque donde está el amor ahí estas tu,
y donde faltas el amor se hace imposible.
Cuando la fiesta de nuestro amor
ya terminaba para todos,
para nosotros apenas comenzaba.
Los otros invitados se fueron, Señor,
y nos quedamos los tres.
Tú te quedaste para que la fiesta continuara.
Tú sabías que a nosotros, como a todos,
podía sucedernos alto triste:
que el vino generoso de la fiesta
se convirtiera poco a poco
en el agua insípida de lo cotidiano.
Por eso te quedaste con nosotros,
para que el agua de cada día
se convirtiera en un vino mejor que el primero.
Y cada vez que esto sucede,
cada vez que nuestro amor se hace más fuerte,
más sereno y más maduro,
sabemos que se repite tu milagro
y nosotros creemos más en ti.
También los otros, Señor,
comenzando por nuestros hijos,
pueden creer mejor en ti,
cuando ven que tu amor está con nosotros.
Desde el día de nuestro matrimonio
nuestro amor es algo más que el amor nuestro,
porque es también el tuyo,
y por eso somos un signo, un sacramento
del amor que te une con el Padre
y el amor con que Dios ama a los hombres.
Gracias, Señor, por estar con nosotros;
gracias también por la presencia de María,
tu madre y madre nuestra,
que nos ayuda a descubrirte y a escucharte
para que hagamos lo que esperas de nosotros,
y no nos falte nunca el vino de tu amor.