El tercer domingo de junio celebramos a los papás; en medio de la algarabía de la fiesta familiar, no sin cierta dosis de consumismo oportunista, es bueno que reflexionemos sobre la figura paterna, tan denostada actualmente. No se trata de una afirmación gratuita: basta echar una mirada a “Los Simpson” o “Family Guy” para constatar que se ha devaluado hasta el ridículo la imagen paterna, y ello lo perciben los niños desde su primera infancia. La idea de autoridad que transmite el papá se ha identificado con opresión, opuesta a los valores ascendentes: espontaneidad, autodeterminación, autenticidad. La idea de tradición o costumbre cede peldaños a la rebeldía como valor, y la libertad encuentra en la autoridad y consiguientemente en la obediencia, el mayor obstáculo para desarrollarse.
Parece que el Padre se va convirtiendo, progresiva e imperceptiblemente, en el obstáculo primordial de la propia identidad, entendida como originalidad y particularidad. Si mi papá es obstáculo para mi libertad, debo prescindir de él: sus ideas son retrógradas y me impiden ser yo mismo. Obedecer es un escándalo, porque se opone a la libertad como espontánea afirmación de mi mismo. El eclipse de la autoridad paterna va de la mano de la ausencia de referencias humanas y morales estables: hay que inventar a cada momento un modelo efímero de lo que es plenamente un ser humano, así como crear la propia moral o código de conducta.
Precisamente por ello es importante rescatar la figura paterna, sin la cual la imagen de familia no puede sostenerse: se convierte en algo espurio y arbitrario, carente de solidez. La labor del papá va más allá de lo biológico y lo cultural, si bien puede conocer diversas formas de plasmarse, tiene un contenido profundamente humano y espiritual. Proporciona precisamente un modelo y con él la seguridad y estabilidad necesarias para la maduración personal de la prole.
La labor del rescate no es sencilla. ¿Cómo recuperar el contenido positivo de la autoridad?, ¿cómo sintetizar una obediencia que no se oponga a la libertad sino que la encauce? Lo anterior puede o no hacerse, pero sin duda alguna es necesario si no queremos caer en la anarquía social y en el más lamentable solipsismo humano: en la infelicidad personal y colectiva. Sin autoridad y sin modelos cercanos y constructivos, tanto la sociedad en conjunto como los individuos en particular carecen de puntos de referencia valiosos para orientar su conducta. Esa carencia genera inseguridad, violencia, ruptura interior y proyectos personales avocados al fracaso. ¿Cómo puede existir orden en una sociedad que rechaza la autoridad?, ¿quién va a suplir la figura paterna y con qué intereses, ya que el aprendizaje humano se da primeramente por imitación? Quito al padre y coloco en su lugar a otro modelo: el artista de moda, la estrella, el deportista, muchos de ellos construcciones artificiales y artificiosas de una sociedad consumista, es decir falsos. Edifico la vida de millones de personas sobre el arquetipo de un modelo artificial y engañoso, el resultado no puede ser positivo.
Rescatar la figura paterna va de la mano del rescate del realismo y de la una noción no biológica, sino metafísica de la naturaleza humana. Dicho rescate permite suturar la ruptura existente entre libertad y obediencia: mostrando que la libertad entendida como pura indeterminación y espontaneidad es bastante pobre, y al contrario, se enriquece cuando se carga de contenido, cuando se compromete. La Obediencia no implica una abdicación de la racionalidad –desconfianza en la propia razón- servilismo, o carencia de personalidad. Obediencia que es realismo, comprender que somos seres históricos, vivimos en un contexto cultural, y en medio de una selva de proposiciones contradictorias debemos de confiar en quien nos ama para conducirnos hacia la senda del bien, hasta que seamos capaces de seguirla por nosotros mismos. Es bastante elocuente que el eclipse de la autoridad paterna crezca a la par de las adicciones y la violencia, es decir, los caminos que no conducen a ningún lado.
Una vez más es patente que la reflexión racional sobre la realidad va de la mano de la visión cristiana sobre la misma, que sin quitarle nada ni violentarla, la enriquece con una nueva perspectiva. Para la fe cristiana el modelo del padre es Dios mismo. Dios es Padre y por ello modelo de todo papá. Los hombres descubrimos en la paternidad auténtica una imagen de la paternidad de Dios, y adivinamos que esa consiste en mucho más que dar la vida y el sustento: todo ello, como dice la canción “no basta”. Es mucho, pero es poco. Es necesario enseñar a ser persona, acompañar, amar y enseñar amar. Para ello se requiere un ejercicio sin complejos de la autoridad, que es un deber. Como dice el título de un reciente y revelador libro: “Padres fuertes, hijas felices”; fortaleciendo la figura paterna, crecerá la felicidad social.