Como una tarde tranquila, como un suave atardecer,
era su vida sencilla en el pobre Nazareth.
Y en medio de aquel silencio
Dios le hablaba al corazón.
Virgen María, madre del Señor,
danos tu silencio y paz para escuchar su voz
danos tu silencio y paz para escuchar su voz.
Enséñanos, madre buena,
como se debe escuchar al Señor cuando nos
habla en una noche estrellada, en la tierra que,
dormida, hoy descansa en su bondad.
Y sobre todo, María,
cuando nos habla en los hombres,
en el hermano que sufre,
en la sonrisa del niño,
en la mano de un amigo,
en la paz de una oración.