Vittorio Messori es un periodista italiano reconocido internacionalmente. Es considerado como el escritor sobre temas católicos más traducido en el mundo entero.
Sus obras más conocidas son: Cruzando el umbral de la esperanza (1994), que consiste en una larga entrevista con el Papa Juan Pablo II; Hipótesis sobre Jesús (1977); Opus Dei: una investigación (1996); El Informe Ratzinger (1987).
Es interesante el relato sobre su propia conversión al catolicismo. Comenta que vivía como si Dios no existiera, como si la fe fuera algo totalmente ajena e indiferente para él.
Le parecía que la religión era una especie de superstición para engatusar a los ingenuos, para sustentar a los pusilánimes, o bien, un compendio de fábulas o mitologías e incluso para aprovecharse de la cruz como un símbolo político o partidista.
Estos prejuicios tenían sus raíces en algunos antecedentes familiares y regionales, porque Messori procedía de la tradicionalmente anticlerical región italiana de Emilia-Romagna. Eran ideas sembradas de las conversaciones que –desde niño- escuchaba de sus mayores.
Tiempo después se trasladó a Turín y en los colegios recibió una educación clásica y completamente agnóstica.
Su formación atea se reafirmó después, cuando estudió Ciencias Políticas. Recibió toda la influencia del Iluminismo, que en la Revolución Francesa encontró su encarnación.
Consistía, en síntesis, en la presencia omnímoda de la “diosa Razón” que pretendió derribar toda creencia religiosa y pensaba que había derrotado para siempre cualquier forma de fe en lo Sobrenatural, consolidándose en el pensamiento Positivista del siglo posterior.
Cuando terminó sus estudios universitarios concluyó que la fe no representaba un elemento interesante e importante para un hombre de cultura sino más bien superfluo e inútil, cuando no fastidioso. Las cuestiones religiosas le parecían demasiado simples y más apropiadas para los infantes.
Messori pensaba que con todas estas ideas liberales, ya no se necesitaba del Evangelio y que el hombre se encontraba en un estadio adulto, evolucionado, en el que podría prescindir de la fe y, a la vez, discernir sin dificultad entre el bien y el mal.
Si bien es cierto que el Iluminismo ha aportado a la civilización moderna el fundamento para las democracias actuales y la razón ocupa un puesto muy importante en la vida humana y social porque la inteligencia es un don de Dios y ésta ha de emplearse contra todo tipo de fideísmo ciego.
Sin embargo, su error ha consistido en absolutizar una perspectiva consistente en que para valorar en su plenitud al hombre, entonces –afirman- hay que proclamar la “muerte de Dios”.
En ese momento, el Iluminismo se convierte en una ideología porque ignora lo Sobrenatural y ante esa necesidad de lo divino -presente en la naturaleza humana-, ocurre una curiosa traslación de funciones:
1) en el ámbito privado, se cae fácilmente en el espiritismo, la superstición o se recurre a la magia;
2) en lo político, se tiende a sacralizar al Estado, como todavía se observa en algunos países.
Pero un buen día, mientras Messori elaboraba una de sus tesinas finales en la Universidad de Turín, consultó el clásico libro Pensamientos del famoso científico y filósofo francés, Blas Pascal.
Siguió con detalle el itinerario de este escrito, y de pronto y sin buscarlo, se encontró imbuido de lleno en el estudio de los Evangelios.
Nunca antes había tenido la experiencia de leer esos textos de las Sagradas Escrituras, a pesar de que este libro lo había comprado años antes y lo conservaba en su biblioteca. Era evidente que los libros sobre temas espirituales no le interesaban.
Sin embargo, en esta ocasión, la lectura del Evangelio comenzó a hacerle reflexionar sobre su vida y su postura ante Dios.
Primero dice que se desconcertó, pero luego ocurrió una especie de transformación interior: “En esos días entré en otra dimensión –describe Messori-, donde todo era claro, luminoso y evidente. No es que tuviera una visión [espiritual], sino que una fuerza irresistible me obligó a mirar la realidad desde el punto de vista de la fe.
“Me sucedió que mientras leía los Evangelios, todas mis convicciones, mis prejuicios, mi ‘snobismo’ intelectual, mi libertinaje también sexual, se rompían en pedazos. Fue una experiencia fulgurante y durísima, tierna y violenta a la vez”.
Pero esta transformación no fue cosa de un instante, como ha ocurrido con otros intelectuales, por ejemplo al escritor francés André Frossard, sino que esta experiencia narra el periodista que le duró más de un mes.
Comenta Messori: “Ese estado particular terminó y nunca más se ha repetido en mi vida. Mi temperamento es racional, no místico.
“Pero aquel empujón propulsor jamás se ha agotado. Y sigo dando gracias al Señor, que me condujo a su camino.
“En aquella época, pagué un alto precio desde el punto de vista intelectual y profesional: Galante Garrone –mi antiguo profesor, reconocido intelectual y defensor del laicismo ateo-, cuando supo la noticia de mi conversión, rompió conmigo, desconcertado; mi carrera en aquel mundo elitista y discreto acabó en el momento en que comenzaba.
“Y simultáneamente (fue uno de los mayores sacrificios) tuve que arreglar mi vida sentimental, que en realidad consistía en un hobby de coleccionista de aventuras mujeriegas”.
Relata con una profunda convicción que esa experiencia lo ha cambiado tanto que, en el fondo, no tiene necesidad de creer, porque en cierto sentido ha visto, ha tocado con la mano las realidades sobrenaturales, y ello le ha conducido a adquirir una certeza absoluta.
Incluso llega a afirmar estas reveladoras palabras: “Si me pusieran una pistola en la sien y me pidieran que abjurara de mi fe, no podría, por respeto a la verdad encontrada”.
Concluye, con estas bellas palabras, dedicadas a aquéllos que se encuentran en el camino de su conversión espiritual: “Digamos, sin más, que escribo para los hermanos que avanzan fatigosamente a tientas: acumulo razones para ellos, no para mí. A mí no me sirven y, lo repito, afirmo todo esto con absoluta modestia, temor y temblor”.
Vittorio Messori actualmente continúa con su brillante carrera en el mundo de la comunicación, pero no deja de sorprender la sencillez y la humildad con la que relata su conversión a la fe cristiana.