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Vino… y vendrá…

Ha iniciado el Adviento, el tiempo de la espera en el Señor que viene todos los días de nuestras vidas, desde que vino del Cielo a la Tierra en la noche de Navidad, y de la espera en el Señor que vendrá de nuevo para reinar en la Tierra en su reinado de paz. En efecto, el Adviento celebra tres momentos: en el pasado, en el presente y en el futuro, fundamentados en la búsqueda que ha emprendido Dios por su creatura.
El Adviento se presenta como un tiempo propicio para disponernos a celebrar la Natividad del Señor. La disposición a la Navidad despierta el deseo de buscar a Dios en respuesta a su iniciativa y aviva el anhelo de mirar hacia el pesebre para encontrarlo en la tierna figura de un niño.
Al inicio del Adviento, Benedicto XVI ha querido reflexionar sobre el significado de esta palabra, y así ha esclarecido, durante la celebración de las primeras vísperas del Adviento, inicio del nuevo año litúrgico para la vida de la Iglesia, que desde antaño “los cristianos la adoptaron para expresar su relación con Jesucristo” y que además “comprende el significado de visita. En este caso, -dijo- se trata de una visita de Dios, que entra en mi vida y quiere dirigirse a mí”.
Explicó que “todos experimentamos, en la existencia cotidiana, tener poco tiempo para el Señor y poco tiempo también para nosotros. Se acaba siendo absorbidos por el quehacer. ¿Acaso no es verdad que, a menudo, es precisamente la actividad la que nos posee, la sociedad con sus múltiples intereses la que monopoliza nuestra atención? ¿Acaso no es verdad que se dedica mucho tiempo a la diversión y a todo tipo de distracciones? El Adviento, este tiempo litúrgico fuerte que estamos comenzando, nos invita a detenernos en silencio para percibir una presencia. Es una invitación a comprender que cada uno de los eventos de la jornada son señales que Dios nos dirige, signos de la atención que tiene para con cada uno de nosotros ¡Con qué frecuencia Dios nos hace percibir algo de su amor! Mantener, por decir así, un diario interior de este amor sería una tarea bella y saludable para nuestra vida. El Adviento nos invita e impulsa a contemplar al Señor presente. La certeza de su presencia ¿no debería ayudarnos a ver el mundo con ojos distintos?”.
Benedicto XVI señaló que el elemento fundamental del Adviento es “la espera, espera que es, al mismo tiempo esperanza. La esperanza marca el camino de la humanidad, pero para los cristianos está animada por una certeza: el Señor está presente en el transcurso de nuestra vida, nos acompaña y un día enjugará también nuestras lágrimas. Un día, no lejano, todo encontrará su cumplimiento en el Reino de Dios, Reino de justicia y de paz”.
Luego de indicar que “hay formas muy distintas de esperar”, el Papa indicó que “si el tiempo no se llena con un presente que tenga sentido, la espera corre el riesgo de volverse insoportable; si se espera algo, pero en este momento no hay nada -es decir si el presente se queda vacío- cada instante que pasa parece exageradamente largo, y la espera se transforma en un peso demasiado grave, porque el futuro queda totalmente en la incertidumbre. Sin embargo, cuando el tiempo está dotado de sentido, y en cada instante percibimos algo específico y válido, entonces la alegría de la espera hace que el presente sea más precioso”.
Ya desde el inicio de este tiempo de Adviento, el Papa nos alienta a vivir “intensamente el presente donde ya nos llegan los dones del Señor, proyectados hacia el futuro, un futuro cargado de esperanza” y a percatarnos de que el Mesías, “viniendo entre nosotros, nos ha brindado y sigue ofreciéndonos el don de su amor y de su salvación. Presente entre nosotros, nos habla de múltiples modos: en la Sagrada Escritura, en el año litúrgico, en los santos, en las vicisitudes de la vida cotidiana, en toda la creación, que cambia de aspecto dependiendo si detrás de ella está Él, o si es ensombrecida por la niebla de un origen incierto o de un futuro incierto”.
 Nuestra participación en el Adviento, explicó el Papa, consiste en que “nosotros podemos dirigirle la palabra, presentarle los sufrimientos que nos afligen, nuestra impaciencia, las inquietudes que brotan de nuestro corazón ¡Estamos seguros de que nos escucha siempre! Y si Jesús está presente, ya no existe ningún tiempo sin sentido y vacío. Si Él está presente, podemos seguir esperando, aún cuando los demás ya no pueden asegurarnos ningún apoyo, aún cuando el presente es costoso”.