En su encíclica “Caritas in veritate” (Caridad en la verdad) Benedicto XVI ofrece múltiples temas de reflexión y examen. No se queda en generalidades, desciende a cuestiones que muchos de los que intervenimos en la sociedad tenemos al alcance de la mano. Una de ellas, por lo demás cotidiana e inmediata, es la cuestión del trabajo, con la que de alguna manera todos estamos relacionados. “¿Qué significa la palabra «decencia» aplicada al trabajo? –se pregunta el Pontífice- Significa un trabajo que, en cualquier sociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de este modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación”.
Muchas veces la dimensión tendenciosa de la información se plasma en lo que se dice y lo que se calla de las cosas, las personas y los sucesos. Si uno lee exclusivamente las noticias puede tener la impresión de que el Papa habla fundamentalmente del condón y la sexualidad, temas a los que los medios son particularmente sensibles. Callan sin embargo muchos aspectos de su magisterio, que serían necesarios para ofrecer una visión equilibrada del mismo, y con ello una imagen más positiva del Papa. El texto apenas citado es una muestra de ello: constituye un reclamo legítimo, atractivo, con el que muchas personas se sienten identificadas. Ciertamente también es incómodo. No en vano se ha dicho que el Papa representa la conciencia moral del mundo; acallada esa voz se silencia la conciencia, es más cómodo, pero no es mejor. Toda persona que contrate a otra, aunque sea a una persona –por ejemplo para el servicio doméstico- debería repasar las condiciones que el Papa enumera para un trabajo decente.
La meta a la que aspira el Pontífice es ambiciosa. Tal vez queda mucho todavía por recorrer: contentarse con pagar más que el salario mínimo y ofrecer Seguro Social es poco. No es suficiente tampoco pensar en que está remunerado con generosidad. No solo está el aspecto económico, también debe incluirse la dignidad, la familia, la aportación personal a lo que se realiza, la sociabilidad. No puede estar satisfecho el que contrata a mujeres de la vida alegre pensando en que “les paga bien”, o el que trabaja los domingos y descuida a su familia para “ganar un extra”, o el que expone su salud por dinero o necesidad, y un largo etcétera. No puede justificarse quien pague menos a las mujeres, o evite contratarlas por que “se pueden embarazar”, menos aún el que las contrata condicionándolas a que eviten un embarazo.
Existen compañías y proyectos profesionales que podrían catalogarse de nuevas formas de esclavitud. Cuando la oferta del trabajo escasea no es lícito abusar de la necesidad ajena. Países enteros basan su economía en ofrecer “mano de obra barata”, en la que frecuentemente participan niños y ancianos, sin las condiciones mínimas de higiene y seguridad social requeridas. Existen también trabajos incompatibles con la atención mínima de los deberes familiares; ven en las personas un recurso, un generador de riqueza, un trabajador, pero olvidan que es también hombre o mujer, padre o madre, es decir reducen las ricas dimensiones de la existencia a una sola y bastante estrecha. Por eso muchas personas se encuentran con frecuencia frente a disyuntivas morales que podrían evitarse de raíz, todas ellas originadas por no tratar a los trabajadores como personas, sino como mercancías.
Es necesaria una formación capilar de los dirigentes sociales, políticos y empresarios para que poco a poco vayan encontrando eco estas recomendaciones del Pontífice en sus ámbitos de influencia. Flexibilizar el trabajo, hacer una reingeniería que permita adecuarlo a condiciones verdaderamente humanas, facilitar el trabajo de medio tiempo o en el hogar para mujeres o familias con hijos, etc. El campo de la creatividad en este aspecto es muy amplio, así como la función de legisladores y empresarios. Un trabajo más sano, más humano, produce una sociedad con más alto nivel de felicidad y elimina de raíz bastantes de los problemas sociales, psicológicos y médicos que son fruto de la explotación laboral y la ruptura familiar.