“El matrimonio es un instrumento de salvación, no sólo para las personas casadas, sino para toda la sociedad”, subrayó Benedicto XVI en la audiencia general del pasado miércoles 5 de mayo, concedida en la plaza de San Pedro a más de 30 mil peregrinos. Quiso dirigir un saludo especial al congreso sobre la familia que, con el título Amor y vida, se celebrará en Jönköping, Suecia, entre el 14 y el 16 de mayo organizado por la diócesis de Estocolmo.
Dirigiéndose a los participantes, el Romano pontífice les dijo: “Su mensaje al mundo es verdaderamente un mensaje de alegría, porque el don que nos ha hecho Dios del matrimonio y de la vida familiar nos permite experimentar un poco del amor infinito que une a las tres personas divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo”.
“Los seres humanos son creados a imagen y semejanza de Dios, son creados para el amor, y ciertamente en lo profundo de nuestro ser deseamos amar y ser amados a nuestra vez. Sólo el amor de Dios puede satisfacer plenamente nuestras necesidades más profundas y, más aún, a través del amor entre marido y mujer, del amor entre padres e hijos, del amor entre hermanos, se nos ofrece una anticipación del amor sin barreras que nos espera en la vida que vendrá”.
El pontífice reconoció que “como todo objetivo que vale verdaderamente la pena perseguir, el matrimonio comporta exigencias, nos desafía, nos pide estar dispuestos a sacrificar nuestros intereses por el bien del otro”. Más aún: “Nos invita alimentar y a proteger el don de la nueva vida”.
“Aquellos entre nosotros que son lo suficiente afortunados de nacer en una familia estable descubren en esta misma la primera y más importante escuela para una vida virtuosa, y las cualidades para ser buenos ciudadanos”. El Papa concluyó animando a promover “la adecuada comprensión y el aprecio del bien inestimable que el matrimonio y la vida familiar ofrecen a la sociedad humana”.
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Es así como nuestra gran Familia creyente se dispone a celebrar el 10 de mayo, honrando especialmente a la Madre de Dios y Madre nuestra, y agasajando y rezando por todas las madres de familia. Debía ser triste y depresiva, por cierto, la cultura para aquellos hombres y mujeres -jóvenes, niños, ancianos- hasta que amaneció en América la verdad y el amor de Cristo, fuente de toda alegría, rostro visible de Dios Padre a quien todos buscamos para ser felices aquí y eternamente felices en el Cielo.
Como había sido muy triste y depresiva la sociedad antigua grecorromana hasta que se conoció a Cristo en la tierra, y las fechas de la historia empezaron a nombrarse: antes de Cristo…, después de Cristo…
El Cristianismo fue como una trasfusión de verdad y de paz, de libertad y de alegría en el torrente circulatorio de la historia humana que incide especialmente en y a través de la estructura familiar.
La fiesta central de nuestra fe cristiana es la Resurrección de Cristo. Es la fiesta de nuestra alegría. Se trata de un hecho histórico comprobado y, a la vez, de una verdad de fe trascendente. La precede nuestra Cuaresma y la siguen estos cincuenta días de Pascua hasta Pentecostés, que estamos viviendo ahora.
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¿Lo sabía el lector? Peggy Noonan sostiene dos evidencias el Wall Street Journal (WSJ).
Que el Papa Benedicto XVI no es culpable de nada, y que los católicos fieles a la Iglesia “no son estúpidos”; son ellos los que la sostienen y permiten avanzar la sociedad.
Para Noonan, existen tres grupos de víctimas ante los casos de abusos que se ventilan actualmente y que, casi en su totalidad, tienen décadas de antigüedad: “el primero y el más obvio son los niños que fueron abusados”; el segundo es el de “los buenos sacerdotes y religiosas, los grandes líderes de la Iglesia en el día a día, que salvan a los pobres, enseñan a los inmigrantes y, literalmente, salvan vidas. Ellos han sido estigmatizados cuando merecen ser alabados”. Hay que rectificar.
El tercer grupo, prosigue, está compuesto por los heroicos católicos de toda América y de Europa -de todo el mundo- que frecuentan las bancas de sus parroquias, son “las fuertes almas que pese a lo que se le hiere a su Iglesia están todavía ahí, haciendo la vida parroquial posible, sosteniendo su bandera, con su fe inquebrantable”. Ciertamente éste es el heroísmo contemporáneo.
Concluye Peggy Noonan con una llamada: “Nadie le agradece a esos católicos, nadie ve su heroísmo, ni respeta su paciencia y fidelidad. El mundo piensa que son estúpidos. No lo son. Y con sus oraciones mantienen al mundo avanzando, así como a su Antigua Iglesia”. Son los católicos de hoy, de ayer y de siempre.