El no al aborto es un sí a la vida, al amor, a la alegría, a la paz, a la justicia.
No nos dejemos engañar: decir que existe un derecho al aborto, insistir en que se trata de un problema de “salud pública”, defender que las mujeres pueden decidir con total libertad qué hacer con el hijo que ya existe, es lo mismo que promover una gran mentira, defender un atentado sumamente grave al derecho, atacar lo más bello que hay en el corazón humano: la capacidad de amar sin límites.
La vida de un ser humano merece siempre ser defendida, es una invitación al amor. No podemos someterla a los deseos de una mujer, ni a sus planes personales, ni a las presiones (enormes) que sufre por parte de quienes no quieren saber nada de un hijo. No podemos permitir que sea eliminado un embrión o un feto para que la madre termine su carrera, o para que “madure” en su psicología, o para que tranquilice a un amante que prefiere seguir jugando al sexo en vez de afrontar los deberes que surgen cuando ya ha empezado a vivir un hijo.
Todos fuimos embriones. Hoy seguimos en la vida gracias al respeto y al amor que recibimos de una mujer, de una familia, de una sociedad, que tenían no sólo principios, sino, sobre todo, un poco de amor.
Es cierto que a veces una concepción llega en momentos muy difíciles. Es cierto que hay madres que no aman al hijo ni antes del parto ni después del mismo. Es cierto que hay hombres y familiares que buscan por todos los medios deshacerse de un embrión, de un niño, que “incomoda” los planes de adultos incapaces de reconocer el derecho fundamental que nunca debería ser pisoteado en ninguna sociedad civilizada: el derecho a la vida.
Pero también es verdad que incluso en las situaciones más dramáticas todos podemos, debemos, hacer mucho para apoyar a la madre y para proteger la existencia del hijo. Incluso a través de un buen sistema de adopciones que permita que el pequeño concebido en circunstancias muy difíciles pueda ser acogido por tantas miles de familias que le darán lo que, al menos por un tiempo, no puede darle su madre.
El no decidido, profundo, sincero, práctico, al aborto, construye un mundo mejor. Porque los problemas no se solucionan eliminando a seres humanos, sino a través de sociedades más solidarias y más dispuestas a ayudar a las madres en dificultad. Porque las mujeres, y los hombres, necesitan descubrir el sentido profundo de la maternidad y de la paternidad para que cada hijo o hija sea respetado y amado por ser lo que es, sin condiciones.
El sí a la vida es la mejor garantía para que las mujeres alcancen esa plena realización que las hace felices y constructoras de un mundo mejor. Porque son también mujeres miles de embriones que necesitan ser defendidos por todos. Porque las mujeres (y los hombres) del mañana existen gracias a la bondad y al amor que reina en los corazones de las mujeres (y de los hombres) de hoy.
El no al aborto es un sí que promueve vida, amor, esperanza y plenitud. Es un sí que llega a convertirse en un abrazo de cariño hacia miles de hijos que inician cada año la maravillosa aventura de la existencia humana.