Un camino. Quedan atrás personas y recuerdos. Los padres, hermanos, maestros, amigos y vecinos. Una historia, unos hechos, un pasado que queda escrito. Lágrimas y alegrías, triunfos y coscorrones, pasteles y vacunas, libros y garabatos. Una cicatriz en la cara, un diploma en la pared, y una foto en la que cabían todos, felices, familia unida.
Delante, ¿qué hay delante? Un horizonte, nuevas promesas. Miedos ante lo imprevisto, sueños de esperanza y de mejora. Alguien que espera, un abrazo deseado, un perdón por ofrecer, una enfermedad que avanzará lenta, lenta...
Un camino. Ahora, a los lados, praderas o casas apiñadas, niños alegres o ancianos reflexivos, hombres y mujeres con sus prisas, o rebaños de corderos que nos miran, embobados, mientras pasamos junto a su cerca.
Un camino. Así es la vida. Viene de un pasado que ha quedado fijo, inmóvil, petrificado. Va hacia un futuro no del todo previsible, siempre nuevo. Se construye en el presente que se escapa de mis manos, que se ríe de mis miedos, que me obliga a nuevos pasos, sin pausa, con prisa, como un río que baja impetuoso por la montaña o se mueve, sereno, maduro, entre los campos de un valle verde.
Un camino. Algo, alguien me llama. Cada paso lleva a nuevos rumbos. Cada decisión construye una vida. Cada gesto es visto por mil ojos atentos, llenos de cariño o, tal vez, desconfiados, acusadores, traicioneros.
Quizá esta noche habrá un momento de descanso. Tal vez podré mirar al cielo o a un techo para otear al Dios que me ha creado y me llama. Quizá podré dar gracias por mil dones, y pedir perdón por el pecado.
El camino está aquí, me obliga y abraza, me lanza y me estimula, me hunde y me rescata. Es un camino apasionante. Es un camino que puedo hacer junto a Ti, Dios mío, mientras el cielo se viste de mil lámparas, los grillos gritan su concierto y el viento de la tarde acaricia sueños, arrugas y amapolas...