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Tres lecturas de mi vida

 

Vamos a leer y buscar una explicación de nuestra vida. Hay muchos modos de hacerlo, y queremos ahora presentar tres posibles métodos de lectura.

Primera lectura: ver la propia vida como el resultado de lo que otros han decidido, han obrado sobre mí (a nivel físico, a nivel espiritual). O como resultado de la casualidad, del destino, de terremotos, virus y accidentes que se sucedieron de modo imprevisto, necesario, casi trágico.

Leer así la vida es verla, quizá, como una tragedia griega. Era inevitable ese golpe de un ladrón por la calle, o esa caída en el autobús, o ese día de viento en el que inició una enfermedad pulmonar incurable. Era inevitable esa subida del petróleo, o esa crisis económica de mi fábrica, o esa traición de alguien que creíamos nos amaba. Era inevitable...

O, tal vez, es verla como una cadena de hechos buenos y malos, pero siempre decididos por otros. Otros que han determinado mi nacimiento (porque mis padres se amaron libremente, porque libremente no quisieron abortar), mi educación en casa, la escuela a la que me llevaron, los amigos que vinieron a mi lado. Otros que han determinado mi manera de pensar, con noticias en la prensa o la televisión, con consejos de un amigo que parecía bueno, con un contrato que me ofrecieron con muchas promesas y pocas realidades.

Segunda lectura: ver mi historia como resultado, casi exclusivo, de mis propias decisiones. Unas buenas, como cuando escogí ese estudio que tanto me satisfizo, o cuando tomé la opción por casarme o por entregarme a Dios, o cuando dejé un rato de descanso para ir a ayudar a una persona enferma. 

Otras, en cambio, equivocadas. Cuando decidí dejar mis deberes para concederme un rato de placer. O cuando empezó a nublarse el amor por el esposo o la esposa porque dejé que otra persona penetrara en lo profundo de mi corazón. O cuando renuncié a ese trabajo tan bueno porque soñaba en otro mejor... que nunca se hizo realidad. Son elecciones por las que lloramos y sentimos una pena profunda, pero quedan allí, escritas en el libro imborrable de la pequeña historia de cada uno.

Tercera lectura. Esta lectura viene de fuera, de la mirada de Dios. No es fácil atisbar cómo nos ve, cómo nos “lee”, cómo interpreta nuestra vida ese Dios del que nos hablaron de niños, al que hemos rezado tantas veces, o al que tal vez nunca acabamos de aceptar porque nos parecía una idea extraña o una fuerza opresora de la libertad humana.

Para vislumbrar cómo nos ve Dios, cómo lee nuestra historia, podemos coger entre nuestras manos la Biblia. Descubriremos que se interesa por lo que nos pasa, que no es indiferente antes nuestros errores y pecados. Veremos que sufre ante la injusticia que deja abandonado al pobre, a la viuda, al huérfano. Sentiremos que ofrece su perdón a quien se arrepiente, a quien llora su pecado y sabe acercarse a su Corazón de Padre misericordioso. Le oiremos decir que tiene contados los cabellos de nuestra cabeza (cada día quedan menos) y que ningún pensamiento escapa a su mirada; una mirada que no es la de un juez despótico, sino la de un Padre, a veces herido, a veces alegre al ver ese rincón de bondad que de vez en cuando brilla en cada uno de nosotros.

¿Cómo me ve Dios, en este momento de mi vida, de mi historia, en la euforia de un triunfo o en el abatimiento del fracaso y la traición? ¿Cómo sondea mis pecados, cómo unge con aceite mis heridas, cómo sostiene ese buen deseo que no acaba de convertirse en un acto de amor a quien tanto lo espera?

Tres lecturas de mi vida. Hay otros modos de interpretar ese camino, esta historia que arranca el día de mi concepción y que terminará, no sé aún ni cuándo ni cómo, cuando Dios diga, cuando pronuncie mi nombre y me llame frente al Libro de la Vida.

Entonces comprenderé, con ojos distintos, qué era paja y qué, en cambio, era oro en cada uno de esos hechos que hoy, como zarpazos, se graban en mi historia, escriben páginas de luz, de pena, de dolor o de amor filial y confiado...

 siempre) con un abrazo cálido y lleno de amor fresco.