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Trece mexicanos que alcanzan la perfección. Un ejemplo de entrega para vivir

1) Para saber

Hace unos días, el Papa Benedicto XVI recordaba el mensaje que el Concilio Vaticano II lanzó al mundo: Todos los bautizados están llamados a la perfección de la vida cristiana: sacerdotes, religiosos y laicos, cada uno según su propio carisma y su propia vocación específica.

Esta perfección ya fue conseguida por trece mexicanos que este domingo, 20 de noviembre, serán beatificados en la ciudad de Guadalajara. Son trece mártires mexicanos asesinados durante la persecución religiosa de los años veinte que provocó la Guerra Cristera.

En el grupo, destaca la silueta de quien en vida fuera la figura más conocida de entre ellos: Anacleto González Flores, líder laico muy activo entre 1915 y 1927, año de su martirio a manos del ejército federal. Organizó la Unión Popular, que era un movimiento obrero, femenino, campesino y popular que buscaba fomentar la catequesis y oponerse al gobierno, que en ese entonces, había suprimido las libertades religiosas.

Por su apuesta a favor del pacifismo y a la no violencia, en tiempos en que México enfrentaba un conflicto armado, Anacleto era conocido como el «Gandhi mexicano». Casado y padre de dos hijos, el «maestro» Cleto como era conocido nació en Tepatitlán, Jalisco, en julio de 1888. Sus orígenes son humildísimos. Hijo de un tejedor de rebozos alcohólico, desempeñó los más diversos oficios hasta titularse como abogado en 1921. Ya en 1914, al ser cerradas todas las Iglesias por mandato del gobernador de Jalisco, José Guadalupe Zuno, organizó la “Unión Popular” y fundó el periódico «Glaudium».

El general Jesús Ferreira decidió acabar con la “Unión Popular” tomando preso al «maestro». El 31 de marzo de 1927 fue arrestado. Su martirio tuvo lugar al día siguiente, viernes 1 de abril: sus verdugos le colgaron de los dedos pulgares y después, a punta de bayoneta, le fueron haciendo heridas para que delatara dónde se encontraba escondido el arzobispo de Guadalajara, monseñor Francisco Orozco y Jiménez, y otros líderes de la revolución cristera. Finalmente, la hoja de acero penetró el corazón y cayó muerto. Al mismo tiempo, sus compañeros de lucha y de martirio eran fusilados en el patio de la misma prisión.

El «maestro» pidió morir después de sus compañeros, para poder consolarles. Antes de expirar, Anacleto le dijo al general: «perdono a usted de todo corazón; muy pronto nos veremos ante el tribunal divino, el mismo juez que me va a juzgar será su juez; entonces tendrá usted un intercesor en mí con Dios».

En el Santuario de Guadalupe, de Guadalajara, descansan sus restos mortales.

2) Para pensarEl Papa Benedicto XVI recordaba el papel de los fieles laicos que deben buscar el Reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales. La fecundidad del apostolado seglar, seguía diciendo, depende de su unión vital con Cristo, es decir, de una sólida espiritualidad, alimentada por la participación activa en la Liturgia y expresada en el estilo de las bienaventuranzas evangélicas.

Para los laicos, dice el Papa, son de gran importancia la competencia profesional, el sentido de familia, el sentido cívico y las virtudes sociales. Están llamados individualmente a ofrecer su testimonio personal, particularmente precioso allí donde la libertad de la Iglesia encuentra impedimentos, y a influir en la mentalidad general, en las condiciones sociales y en las instituciones.

Pensemos si nuestro ejemplo está dando el testimonio de personas que siguen a Cristo.

3) Para vivirEl ejemplo del “Maestro Cleto”, responde al mensaje que el Papa quiere que sepamos vivir. Juan pablo II decía que en estos tiempos lo que se nos pide, más que el testimonio de la sangre, es el testimonio de la fidelidad. Hemos de ser fieles a nuestros compromisos, a la palabra dada: el marido ha de ser fiel a su esposa y viceversa; los hijos a sus estudios y deberes; los trabajadores a cumplir con sus actividades encargadas, cualquier persona ha de ser coherente con lo que piensa que está bien, etc. Si bien, muchos no han de dar su sangre, sí han de dar ese testimonio que también cuesta sacrificio.

Hemos de saber imitar el ejemplo de entrega, perdón y amor en todas las circunstancias de nuestra vida.

El Papa Benedicto encomendó, en primer lugar a María Santísima y a su esposo, San José, para que crezca en todo bautizado la conciencia de estar llamado a trabajar con compromiso y con fruto en la viña del Señor.