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¿Tolerar la intolerancia?

La tolerancia es la virtud por la cual se permite algo ilícito sin aprobarlo abiertamente y esto se hace para proteger bienes -como el de la paz- o evitar un mal mayor. Así pues, se tolera lo que está mal; en cambio lo que está bien no se tolera, se respeta. No cabe tolerancia hacia la virtud; hacia el bien; hacia la verdad. Lo malo se puede soportar; lo bueno debe aceptarse e, incluso, hasta puede ser amado.

En este tema, la teoría puede resultar clara, pero lo difícil es saber ponerla en práctica en los casos concretos, sobre todo en una época, como la nuestra, regida por un relativismo ético galopante. De hecho hasta los acérrimos defensores de la tolerancia no toleran ciertas cosas; por ejemplo la intolerancia de otros.

Además, el mal y el error pueden ser objetos de tolerancia, pero no de respeto. El respeto se ha de vivir con las personas equivocadas, no con sus errores, pues todos estamos obligados a respetar la verdad y la justicia y a denunciar la injusticia y la mentira.

Un juez está en la obligación de aplicar la ley castigando una injusticia comprobada, cuando ésta lesiona el bien común y/o los derechos particulares. Por su parte, el Estado no debe manejarse dentro de una neutralidad ética, como tampoco proclamarse fuente de moralidad, sino que deberá ajustarse al respeto de la dignidad natural de los ciudadanos, de la familia y de las asociaciones que libremente formen.

Además, en otros ámbitos, la tolerancia y el respeto a la verdad han de manejarse con referencia al uso de la libertad personal pues, entre otras cosas, lo que es soportable para algunos, no lo es para otros, y no se puede obligar a algunas personas a tolerar lo que consideran contrario a sus principios.

La libertad, por su parte, tampoco debería entenderse como un valor absoluto exento del bien y la verdad, pues sólo cuando la libertad respeta estos márgenes de referencia se ennoblece a sí misma. De hecho, cuando se abusa de ella para obrar el mal o defender la mentira, se convierte en un arma destructora de la cual pueden valerse los enemigos de la sociedad para confundir y destruir, como lo comprobamos a diario.

Cuando usamos mal nuestro libre albedrío, argumentando que con ello no le hacemos mal a nadie, perdemos de vista que, por lo menos, nos hacemos mal a nosotros mismos por dañar nuestra capacidad de reconocer la presencia del error en nuestras vidas, y esta actitud siempre termina dañando a los demás, pues no somos piezas aisladas sino miembros de una sociedad.

La intolerancia es la actitud propia del fanático; de aquel que pensando que defiende sus derechos y principios es capaz de agredir a las personas y no se detiene hasta conseguir lo que se propone. Por ello es importante acudir a la prudencia para saber exigir nuestros derechos sin ofender, creando un clima de sano respeto tanto dentro de la familia como en los demás ámbitos de la convivencia social.

Según Modesto Santos, más allá de la tolerancia, se requiere que tanto los individuos como sus diversas instituciones sociales, políticas y religiosas, fomenten decididamente un estilo de convivencia en el que el respeto a la persona, a la libertad y a la pluralidad de opiniones impregnen nuestro quehacer cotidiano.