Tolerancia… ¿Hasta donde?
Tal vez, por mi origen ingenieril, la palabra tolerancia no tiene para mi un significado ligado a las emociones, a lo “políticamente correcto”, o a los derechos humanos. Para mí, en esa lejana época en que aprendí ingeniería, tolerancia era un término que describía la precisión e los aparatos de medición. Así, una cinta métrica podía tener una tolerancia de más o menos un milímetro, y era menos precisa que una que tuviera una tolerancia de más o menos una décima de milímetro. En otras palabras, la tolerancia era que tanto era el error aceptable en una medición. Claro, depende de lo que uno mida. Para medir la distancia de México a Tijuana, una tolerancia de un metro, significa una gran precisión. Para medir una pieza de tela, de veinticinco metros, una tolerancia de un metro es inaceptable. Claro, todo esto en el mundo trivial y prosaico de la ingeniería.
Hoy nos encontramos con que la palabra Tolerancia, ha adquirido un nuevo prestigio y, me atrevo a decir, un nuevo significado. En estos días, lo peor que se puede decir de una persona pública es que no tiene tolerancia. La falta de tolerancia se ha vuelto un nuevo pecado social y. a veces, hasta personal. En una discusión, en un debate, basta con decirle intolerante al contrincante para quedar dispensado de demostrar la solidez de los argumentos de uno. Por supuesto, esto hace que haya una verdadera competencia por ver quién puede acusar al otro de intolerancia más rápido; el primero en poder acusar a la otra parte de falta de tolerancia, ya ganó la discusión; en automático invalida a las razones, a los argumentos, a la lógica.