Estamos en el tiempo de cuaresma, cuarenta días de reflexión e interiorización que nos ayudan a profundizar en los misterios de nuestra fe. El número cuarenta dentro de las Sagradas Escrituras tiene un significado especial, por ejemplo, los cuarenta días de Jesús en el desierto (que meditamos en la liturgia del primer domingo de cuaresma) evocan los cuarenta años que el pueblo elegido caminó por el desierto. Evoca también los cuarenta días que Moisés estuvo en la montaña santa y los cuarenta días que el profeta Elías caminó hacia el monte Horeb, entre algunos otros pasajes.
Este tiempo es un valioso momento para vivir la misericordia divina. Dios, que se manifiesta en una llama, como la contempló Moisés en el Sinaí, es una llama que arde eternamente y que no se consume. Dios es una llama de amor, siempre ardiente, siempre dispuesta para que nosotros experimentemos su amor y su misericordia, por eso, de esa llama ardiente, que nos narra el libro del éxodo, sale una voz que le dice a Moisés: "Yo soy el Dios de tus padres, he visto el pesado yugo que pesa sobre mi pueblo y he decidido liberar a mi pueblo", esa llama de amor y de misericordia, que es Dios, se manifiesta atento y sensible a los sufrimientos de su pueblo, y esto es un mensaje muy alentador y consolador.
Dios, nuestro Señor, está al tanto de nuestros sufrimientos y tiene la firme determinación de liberarnos de todos ellos, de manera muy especial de aquellos que provienen del mal más grande que nos aqueja que es el pecado.
Así que, en este tiempo, el Señor nos invita a convertirnos, a hacer un análisis sereno, objetivo, responsable de todos los acontecimientos que nos rodean y ver hasta qué punto, nosotros, de alguna manera somos corresponsales por lo que se llama el pecado social, somos corresponsales de esos males que nos aquejan.
Cristo nos invita a que busquemos más a Dios, su Padre misericordioso, Él es el único que puede saciar a plenitud la necesidad que tenemos de felicidad. Queridos hermanos y hermanas, busquemos con más empeño acercarnos a Dios, en lugar de confiar sólo en las cosas terrenales, en lugar de confiar en nuestra habilidad y en nuestras fuerzas, hagamos el ejercicio de confiar más en Dios, en la seguridad de que Él todo lo puede.
Aprovechemos este tiempo de amor y de misericordia, y no aplacemos más el cambio que sabemos debemos de hacer a determinados criterios, a determinadas actitudes y comportamientos de nuestra vida, hoy es el día, hoy es el tiempo de la misericordia, hoy es el tiempo de cambiar y de volver al Señor.
Vivamos así este santo tiempo de cuaresma, cuarenta largos días que se nos proponen para renovarnos y para celebrar provechosamente la fiesta de la pascua; la cuaresma no tiene otro fin, otro sentido, que prepararnos a la gran fiesta de la pascua, cuarenta días de conversión para celebrar cincuenta días de fiesta, de fiesta de renovación, de triunfo, de vida nueva en Cristo.
Les invito a que, con fe y devoción, nos acerquémonos a la mesa de la Palabra, del Cuerpo y de la Sangre del Señor y busquemos en Él nuestra fuerza para avanzar en este tiempo de misericordia y de conversión.
Les envío de corazón mi bendición.