Durante sus dos siglos de existencia, del XII al XIV, la estructura religioso-militar más poderosa de la cristiandad tuvo a 23 Grandes Maestres, desde el primero, Hughes de Payen, hasta el último, Jacques De Molay, quien muriera sentenciado a la hoguera. El Gran Maestre, aunque dependía directamente del Papa, tomaba decisiones militares y diplomáticas propias, pero requería de la aprobación del Capítulo General de la Orden.
El Temple logró reunir una gran fortuna debido a sus conquistas en Tierra Santa y a las donaciones de reyes, príncipes y nobles que querían gozar del privilegio de ser sepultados como templarios y entre quienes con rapidez se extendió la costumbre de heredar sus bienes a los caballeros templarios, luego de morir. La Orden, que contaba con grandes estamentos militares y que gozaba del privilegio de exención de impuestos y del diezmo, pudo convertirse en una auténtica potencia financiera, lo que le permitió ser la organización más fiable que encontrara la nobleza medieval para la protección de sus bienes.
Los caballeros, por su parte, resultaron idóneos para transportar el dinero entre Oriente y Occidente gracias a su poderío militar terrestre y naval. Así, la monarquía francesa encomendó, durante muchos años, las labores de tesorería y contabilidad a los templarios.
La Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, que inició su razón de ser bajo ideales marcados por la humildad y pobreza, se vio en poco tiempo convertida en una entidad que practicaba el servicio de Banca, resultando ser los primeros banqueros de la historia cuando crearon lo que en la actualidad son los cheques, pues utilizaban documentos que debían ser pagados al portador al ser presentados, en clave, en cualquier encomienda templaria del mundo.
Todo esto le dio a los templarios el inmenso poder que alcanzaron, pero fue también, paradójicamente, lo que más tarde los hundiría en la peor persecución protagonizada por un rey que supo aprovecharse de la debilidad de un Papa.
Hacia 1273, la situación en Tierra Santa atravesaba por su peor momento para la cristiandad, lo que obligó al último Gran Maestre templario, Jacques de Molay, guerrero valeroso pero sin cualidades políticas, a estimar que el Temple podría tener continuidad siempre y cuando trasladara su sede a Francia, donde la Orden tenía extensas posesiones y donde residía un buen número de caballeros.
La presencia de la Orden en Francia despertó recelos en el rey Felipe IV, pues el poderío de los templarios era mayor al de toda la nación. Francia estaba en bancarrota y pronto el rey se encontró con grandes deudas económicas contraídas hacia la Orden, que además constituía una especie de ejército privado dentro de la nación francesa. El Gran Maestre Jacques De Molay, como la mayoría de los caballeros, no sospechó nada cuando en 1305 Felipe IV empezó a implementar un plan para desmantelar a la Orden, arrestando a antiguos templarios para extraerles, bajo tortura, confesiones que utilizaría para ulteriores difamaciones de prácticas heréticas y homosexuales entre ellos.
El martes 13 de octubre de 1307 las tropas del rey cercaron la sede de los templarios en París, quienes no se resistieron respetando el antiguo pacto de no levantar la espada contra naciones cristianas. Los esbirros y sicarios del rey torturaron en París a 138 templarios ancianos con terrible saña, de quienes 135 confesaron los crímenes que pretendían escuchar sus inquisidores. Los otros tres murieron antes. Las torturas se llevaron a extremos infames contra templarios ancianos y todavía convalecientes de las heridas sufridas en Tierra Santa.
El Papa Clemente V veía con horror lo que sucedía contra una Orden Religiosa de la Iglesia e intentó salvarlos a través de la bula Pastoralis Praeminentiae del año 1307, en la que había ordenado, el mismo Clemente V, la captura de los templarios, por lo que Felipe IV tuvo que entregárselos al Papa; pero el 22 de marzo de 1312 el rey francés se presentó a las puertas de Roma con todo su ejército. El Papa, temeroso, abolió la Orden del Temple con la bula Vox Clamantis aquel mismo día.
Derrotado en su empeño final de salvar a los templarios, el Papa se vengó del rey francés con la bula Ad providam Christi en la que ordenaba repartir los bienes del Temple a la Orden del Hospital.
El 18 de marzo de 1314 murió en la hoguera Jacques de Molay con otros tres caballeros templarios. El último Gran Maestre de la Orden del Temple, antes de morir emplazó al Tribunal de Dios al Rey Felipe IV y al Papa Clemente V, quienes murieron ese mismo año.
Así se perpetró una de las mayores aberraciones difamantes de la historia.