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Te explico la familia

Te explico la familia

Me preguntas qué es eso de la familia. Sobre el tema reina una confusión enorme, especialmente por nuevas leyes que aparecen aquí y allá. Por eso no resulta nada fácil darte una respuesta. Pero vamos a probar, a ver si llegamos a buen puerto.

Los seres humanos son parte del misterio de la vida que desde hace miles de años llena de variedad y dinamismo el planeta tierra. Hombres y mujeres nacen, crecen y mueren. Aparentemente, según leyes parecidas a las que siguen los pinos y los cangrejos, los jilgueros y las ballenas.

Pero hay algo en el ser humano que lo hace distinto de los demás animales. Grandes filósofos de la Antigüedad se dieron cuenta de que tenemos un alma espiritual, de que no somos simplemente animales, de que nuestra vida no termina con el tiempo terráqueo, de que tras la muerte se abre un telón desconocido (más no por ello menos verdadero). Diversas religiones, antiguas y menos antiguas, repiten lo mismo: venimos a la vida por el querer de Dios, y llegaremos un día a la presencia de Dios para iniciar una vida tras la muerte.

En el tiempo de la vida terrena, mientras convivimos con tulipanes y libélulas, con koalas y cebras, los hombres y las mujeres pueden casarse gracias a energías profundas y a una complementariedad física y espiritual. Física, porque el hombre tiene una configuración sexual que le permite unirse a la mujer; y porque la mujer, si se une sexualmente con un hombre, es capaz de recibir en su seno nuevas vidas humanas. Gracias a esa complementariedad aparecimos un día tú y yo...

Complementariedad también espiritual. Porque somos algo más que simples animales. Los animales viven y mueren según las leyes de la selección natural, de la victoria del más fuerte, de la lucha por la supervivencia. De un modo asombroso, millones de hombres y mujeres son capaces de amar hasta el sacrificio, de luchar por un mundo más justo, de defender los derechos humanos de todos (sin discriminaciones), de ayudar a los pobres, los ancianos, los enfermos, los débiles. Aunque también, me dirás, muchos son egoístas, porque viven de modo equivocado su vocación al amor. Porque aman mal, porque piensan mal, porque deciden peor.

La doble complementariedad, física y espiritual, entre un hombre y una mujer que se aman, permite que pueda darse el matrimonio. El matrimonio es una unión basada no sólo en el simple instinto, en las hormonas por las que hombres y mujeres sienten una atracción mutua, sino en algo más profundo: en el deseo de amar al otro, a la otra, plenamente, en los buenos y en los malos momentos, en las horas de alegría y ante las pruebas más dolorosas. De amar al otro o a la otra cuando una nueva vida (un hijo) inicia del amor mutuo y complementario de los esposos, cuando ella le dice a él que está “esperando”...

Así debería ser cada familia. No todas, por desgracia, se basan en el amor, ni todas se abren a la vida. Existen, además, muchas parejas que no pueden tener hijos, por lo que su vocación al amor y su apertura a la vida está llamada a orientarse a nuevas metas, a modos tan hermosos de entrega a los demás como, por ejemplo, la adopción, o la ayuda a personas solas y necesitadas.

Algunos, en el pasado y en el presente, intentan dar el nombre de familia a uniones humanas que no lo son. Dicen que es familia una unión entre personas del mismo sexo, o que lo sería un grupo de amigos más o menos estable, o un hombre casado con muchas mujeres (como en la poligamia), etc. En realidad, usan el nombre de “familia” para esas uniones porque quisieran, en el fondo, imitar de algún modo la belleza de las familias verdaderas, la riqueza de amores que se abren a la vida y a la entrega total al otro, amores capaces de construir sociedades sanas y generosas.

Hay también familias aparentemente “normales” (un hombre, una mujer, quizá uno o varios hijos) que pierden el amor o que nunca lo tuvieron, que mantienen lazos de unidad simplemente por inercia, o por miedo, o por conveniencias mutuas. En esos casos se ha introducido un virus dañino que hiere la vida propia de la familia. No es de extrañar que el conflicto, la rabia, la ruptura (divorcio, abandono del hijo por parte de los padres, abandono de los padres por parte de alguno de los hijos) dominen y llenen de oscuridad el “hogar”. Un hogar que estaba llamado a ser centro de amor y de concordia, y no lo es...

Todos podemos hacer algo para que la familia sea lo que puede ser, lo que está llamada a ser. Con familias sanas el mundo se hace grande y hermoso. Pero, sobre todo, con familias sanas cada uno se siente seguro, respetado, amado por aquellos que viven a su lado. Lo cual es siempre la mejor manera de comprometernos para ayudar y amar también a los que no son de la propia familia, y que también necesitan recibir el testimonio y el apoyo de quienes saben lo hermoso que es vivir enamorados en familia.