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“Te estoy aprendiendo, hombre”

 

 

Alguien ha dado una definición profunda y familiar de Juan Pablo II: un Papa antropólogo, un Papa personalista.

Es algo que trasluce en el libro publicado por el Papa el año 2004, “¡Levantaos! ¡Vamos!”, en unas páginas dedicadas a hablar de cómo los obispos deberían tratar a la gente.

En esas páginas Juan Pablo II abre el corazón, y confiesa que no es fácil establecer un método o teoría para indicar cómo relacionarse con cada ser humano, con los demás. “Cada hombre es una persona individual, y por eso yo no puedo programar a priori un tipo de relación que valga para todos” (p. 68).

En cada encuentro, hay que volver a empezar, volver a aprender lo que es el otro (cada uno es distinto), con todas sus riquezas, con su dinamismo, con su capacidad de cambiar y de sorprendernos (y de sorprenderse a sí mismo).

Este deseo de aprender al otro es expresado de un modo muy bello por unos versos de un poeta polaco, Jerzy Liebert, que el Papa cita (p. 69):

“Te estoy aprendiendo, hombre,

te aprendo despacio, despacio.

De este difícil estudio

goza y sufre el corazón”.

La misma oración sirve como camino de preparación al encuentro, como apertura del corazón ante el misterio que encierra la otra persona. Una oración que Juan Pablo II ofrece antes y después de cada entrevista con otros. “Cuando encuentro una persona, ya rezo por ella, y eso siempre facilita la relación. Me es difícil decir cómo lo perciben las personas, habría que preguntárselo a ellas. Tengo como principio acoger a cada uno como una persona que el Señor me envía y, al mismo tiempo, me confía” (p. 69).

El Papa usa un “método” para tratar a los demás que consiste, precisamente en eso: en no ser “método”...

Podemos, ante Dios, desde nuestro pequeño mundo, desde las relaciones que establecemos con quienes están a nuestro lado, preguntarnos cómo vemos, cómo hablamos, cómo acogemos a cada uno.

Es cierto que no somos obispos, ni que tenemos que realizar miles de encuentros cada día. Pero somos bautizados. Jesús es el primero que nos mira con respeto, que nos “está aprendiendo” (nos conoce a fondo) en cada instante. Desde su mirada, a veces de rodillas, podremos penetrar en el corazón de los otros, descubrir mil riquezas escondidas, abismos de amor y de esperanza, anhelos de ayuda y de consuelo, en quien nos mira, nos encuentra, nos tiende la mano y nos saluda. En el trabajo, en el trayecto, o, de un modo nuevo y fresco, también en casa, en la familia. siempre resulta hermoso valorar con especial cariño a quienes viven bajo el mismo techo, descubrir en ellos todo un abismo de amor profundo y pleno.