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T. P. Aleluya

En varios libros litúrgicos al término de algunas oraciones solemos encontrar la indicación “T.P. Aleluya” que significa: Durante el Tiempo Pascual debe terminarse esta oración diciendo: “Aleluya”. Habrá que aclarar que el Tiempo Pascual es el que se inaugura con la solemnidad de la Resurrección de Jesús, y termina, cincuenta días más tarde, con otra: Pentecostés.

Dejando a un lado lo que Juan Pablo II recordó no hace mucho tiempo, “subir al Cielo” no ha de entenderse en sentido físico, pues al meternos en la realidad sobrenatural, no cuadran los esquemas terrenales de arriba y abajo, Norte y Sur, y cosas parecidas, pero como no tenemos otra forma de hablar para señalar una instancia que nos supera, debemos conformarnos hablando al modo humano con las limitaciones que ello nos impone. Pero en fin, todo fuera como esto. Dios no se enoja porque hablemos como hombres, se enoja cuando nos comunicamos como si fuéramos animales, pero como esto es roming de otro celular, volvamos a nuestro tema.

Aleluya es expresión de alegría, gozo, y en el caso que nos ocupa, tiene como motivo el triunfo de Jesús sobre la muerte, que nos abre a los hombres la posibilidad de trascender a ese orden sobrenatural para el que nos creó. Recordando que Dios nos dio la vida para ser felices por toda la eternidad junto a Él. Pero, momento, hagamos una breve pausa. Por lo dicho hasta aquí, estimados lectores, ¿No les da la impresión de estar leyendo la hoja parroquial, en vez de un artículo de Opinión en las páginas de un periódico? A mí sí. Pero dénme la oportunidad de continuar, para dejar atrás el olor a incienso, y tratar de percibir el olor a sudor más propio del hombre de la calle, eso sí, con un poco de fragancia francesa para que no digan que somos unos sucios. ¿OK?

Permítanme otra pregunta: ¿Nos le da la impresión de que hay demasiada soledad en el hombre de hoy, y que la soledad va de la mano de la tristeza? Pienso que gran parte de la falla está en identificar la libertad, con la independencia. Así pues, si cometemos este error, en la medida en que tratamos de ser más independientes (por querer ser más libres) nos quedamos más solos, y en consecuencia, más tristes.

Estrenamos un milenio repleto de temores, depresiones, y a quien da visos de esperanza lo tachan de ingenuo soñador. La gente quiere ser feliz divirtiéndose en viajes, centros nocturnos y ferias, confundiendo ahora la felicidad con la carcajada, o con un éxito que suene y huela a dinero, pero sin tener paz en el alma.

En las dos últimas décadas han sido numerosos los autores que han tratado de hacer comprensible el creciente fenómeno depresivo, afirmando que el origen de ello es de tipo clínico-fisiológico, o consecuencia de trastornos psíquicos mayores, o por una desorientación existencial, e incluso hay quienes parten de teorías sociológicas, como por ejemplo Alain Ehrenberg quien afirma que en un mundo tan competitivo como el nuestro, resulta cansado luchar por ser uno mismo.

Cada día son más los que, huyendo de estos males, tratan de convencerse a si mismos de que sus errores no son tales, de que los pecados son simples travesuras, y que si en algún caso, caemos muy bajo, seguramente hay muchos otros que han hecho cosas peores. En vez de aceptar nuestra realidad, llamando al pan, pan, y al vino, vino, y sin perder de vista que ese Dios, que nos regala cada día, sigue amándonos y está dispuesto siempre al perdón de sus insensatos hijos. (Aquí, con todo respeto, me incluyo yo).

En definitiva, cuesta trabajo mantenerse en equilibrio, sin caer, sobre todo cuando se nos mueve el piso por las adversidades que la vida nos presenta. La Fe, la Esperanza y el Amor a Dios (virtudes teologales) son los tres fuertes puntos de apoyo que permiten conservarnos de pie en todo momento, especialmente ante lo que suele producir mayor temor: la muerte. Juan Pablo II afirma: “Jesús, en su pasión, muerte y resurrección nos revela que le última palabra de la existencia humana no es la muerte, sino la victoria de Dios sobre la muerte”, y hoy festejaremos precisamente esto. Estamos en tiempo de Pascua: ¡Aleluya!