Es probable que, alguna vez, a todos nos dieran ganas de ponernos una camiseta color “anaranjado fosfo” o “amarillo letrero de autopista”, con una leyenda en letras gruesas y negras que diga: “Soy mi héroe”; sin embargo, cuando nos vemos al espejo recién despertados o, al final del día, la realidad nos obliga a poner los pies en el suelo y a reconocer que ese chulísimo, extraordinario y maravilloso ser, o se le hizo tarde, y todavía viene en camino, o ya se jubiló hace tiempo. ¿Por qué tendrá que ser tan cruel la señora realidad con quienes no le hemos hecho nada?
Lo que no me gusta de la tan afamada “técnica moderna” es que en los análisis de laboratorio todavía no son capaces de descubrir cuánta pereza y desorden corren por nuestras venas. El día en que ese dato aparezca en números se nos van a aclarar muchas dudas. Sí señor, y entonces no habrá pretexto que valga en innumerables asuntos a nivel hogar, laboral, comercial y burocrático.
Me admiró conocer la noticia del gigantesco agujero que se hizo hace pocos días en el municipio de Iturbide, Nuevo León. Pues bien, esa oquedad me hizo pensar en otro tipo de sorpresas que se llevan a veces los padres de familia al enterarse del comportamiento de sus hijos; como también algunos casados cuando, después de muchos años de matrimonio, descubren enormes deficiencias en quienes tenían puestas sus esperanzas. Pero no debemos perder de vista lo que nos aclaran los especialistas: Ese tipo de fenómenos, como la creación de las cavernas, se van produciendo poco a poco a lo largo de los años. Nunca son fenómenos de generación espontánea. Lo cual nos debe hacer pensar en qué tanto empeño ponemos en ayudar a quienes queremos, para ayudarlos a superar una serie de vicios, en tanto que les facilitamos afianzar sus virtudes. Pero para ello hemos de empezar por conocerlos bien, al tiempo de luchar cada quien en su propio perfeccionamiento.
Saber que un adolescente es desordenado, mentiroso o comodón, y restregárselo en la cara siete veces al día, no es el camino para ayudarlo a crecer en las virtudes. El tema requiere mucha, pero mucha paciencia; mucha ciencia; mucho cariño; mucha fortaleza y mucho tiempo. Váyanse preparando. La mediocridad suele manifestarse en el conformismo y existe una relación muy cercana entre este vicio y el relativismo moral, pues éste suele ser el disfraz de la comodidad, la irresponsabilidad y la cobardía.
No perdamos de vista el papel que han jugado diversos filósofos en los últimos siglos. Cuando Descarte pretende soportar la certeza del conocimiento en la duda metódica, o cuando Kant hace depender a la realidad del pensamiento individual, y Heidegger articula su filosofía en la subjetividad, por mencionar sólo a algunos, lo que consiguieron, quizás sin pretenderlo, fue crear el modelo de un hombre amorfo, teniendo, como consecuencia, una sociedad sin bases sólidas y por lo mismo, insegura y desconfiada.
Cada vez que escuchamos frases como: “esto para mí no es malo” o “cada quién su vida y nadie tiene derecho a meterse en la de los demás”, hemos de entender que, quienes se defienden con estos criterios, se están protegiendo de las exigencias marcadas por la misma naturaleza humana y las normas que, a lo largo de los siglos, han servido como apoyo a las sociedades más cultas. Resulta evidente que siempre podremos encontrar ejemplos de todo tipo de desórdenes morales, sobre todo en civilizaciones primitivas; pero eso no basta para defender que no exista un requerimiento de moral natural para el hombre. Esos ejemplos simplemente han de ser considerados como manifestaciones de desviaciones éticas generalizadas, de la misma forma que los delitos que encontramos en la actualidad a los que no debemos aceptar como “normales” por el simple hecho de que cada día se den con más frecuencia.
Llegar a ser superhéroes es posible sólo en las películas de fantasía; sin embargo, no debemos renunciar a luchar por ser personas virtuosas, luchando por adquirir y fortalecer las virtudes que nos permitan ser cada día un poco mejores en beneficio propio y, por el servicio a los demás; gente que aporte beneficios en todos los niveles. Este asunto no es cuestión de vanidad sino de justicia; pues es mucho lo que hemos recibido a lo largo de nuestras vidas y, por lo mismo, estamos comprometidos a trabajar por el mejoramiento de la sociedad. Pensemos lo que esto puede suponer en el ámbito de la política con el ejercicio de virtudes como la sinceridad, la solidaridad, la honradez y otras. Sólo cada uno de nosotros podemos cambiar esa parte del mundo que se llama yo.