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¿Sólo leyes y barreras?

A veces pensamos que el mundo será mejor con más leyes, con altas barreras llenas de alambradas, con policías eficaces, con cámaras de vigilancia omnipresentes, con jueces honestos, y con cárceles para todos los malvados.

Pero luego la vida nos enseña que el corazón de los hombres no cambia ni siquiera con amenazas ni con castigos.

Es cierto que el miedo a la cárcel impide muchos delitos, muchas trampas, muchos golpes. Pero también es cierto que el miedo no construye un mundo mejor, ni sacia ese anhelo profundo del corazón de amar y de ser amados.

Hemos de reconocer que vivir según la justicia y, sobre todo, vivir según el amor, es algo que viene desde dentro, de lo profundo, de aquello que dirige nuestros pensamientos y nuestras acciones.

Con el amor todo es distinto. La vida familiar resulta un anticipo de cielo. Los esposos no viven según la ley de lo que es justo, sino según el deseo de la entrega, en la búsqueda continua por hacer feliz al otro, a la otra. Los padres no ven a los hijos como si fuesen una fuente de preocupaciones, sino como el tesoro que más aman, como un don por el que se sacrifican, luchan, trabajan y sueñan. Los hijos no ven a los padres como un obstáculo a sus sueños de libertad, sino como a verdaderos amigos que buscan sólo su bien y que les ofrecen lo mejor de sí mismos.

Con el amor el mundo del trabajo se renueva. Ya no se vive según la óptica de lo mínimo necesario (llegar a tiempo y salir sin dejar que pase un segundo de más), sino según el dinamismo de la ayuda para el bien del otro y del conjunto. Los jefes dejan de ser simples vigilantes o cadenas de órdenes que llegan desde arriba, para preocuparse por el bien de cada trabajador. Los trabajadores, a su vez, no están en la actitud pasiva del “cumplo y basta”, sino que sienten la empresa como algo propio, porque el bien del conjunto es el bien de cada uno, y porque es bello darse también en el mundo de la economía.

Con el amor el pluralismo cultural e ideológico deja de ser fuente de conflictos. El “distinto” no es visto como un enemigo potencial, sino como alguien que merece amor simplemente en cuanto hombre, sin etiquetas, sin descalificaciones arbitrarias.

Incluso la política cobra un aire nuevo: porque los políticos dejan de buscar su victoria a base de la destrucción del adversario, para entregarse plenamente al servicio de todos, en el respeto que nace de algo más profundo: el amor.

¿Es utopía construir un mundo basado en el amor? ¿Hemos de renunciar a este sueño para seguir con la elaboración de nuevas leyes contra los mil abusos que nacen del odio, del egoísmo, de la codicia, de alzar nuevas barreras para disuadir a los ladrones?

Es verdad: siempre habrá manzanas podridas, corazones llenos de rabia y desenfreno a los hemos de corregir y apartar para que no dañen a los demás. Pero también es verdad que vale la pena poner en marcha un mayor compromiso por un mundo distinto, sustentado en el amor al otro.

Aunque a veces nos parezca que son pocos los que vivan enamorados, serán sólo ellos quienes brillen como luces que hacen al mundo un poco más hermoso y más humano...