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Sobre los ángeles

Cuando, siendo de corta edad, nos enseñan aquella oración del Ángel de la Guarda («dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día»… «cuatro esquinitas tiene mi cama, cuatro angelitos guardan mi alma») a lo mejor, con el tiempo, lo achacamos a cosas de niños y, en realidad, quitamos importancia a lo que, en realidad, es de mucha importancia.

Sin embargo, sabemos que Dios nos ama y que, por eso nada mejor que confiar a alguien que nos pueda guiar, cuando haga falta, en este paso por nuestro valle de lágrimas.

Este ser, éste, al que llamamos Ángel Custodio, a quien Dios confió nuestra vida y que nos acompañará al juicio que nos corresponde, nos sirve de inspiración en muchos momentos de nuestra vida. Acudir al Ángel Custodio en nuestras necesidades y tribulaciones es garantía de ayuda y de luz, pues esa es su misión, eso tiene que hacer según lo mandado por Dios.

A él, por eso mismo, va dirigida esta

Oración de alabanza


Paciente ante nuestras impaciencias,
libre ante nuestras esclavitudes de hombre,
sometido al poder de Dios y deseoso de
cumplirlo, vestigio de un pasado que siempre permanece
en nuestro corazón.

Acompañante nuestro ante nuestra pérdida,
luz que nos ilumina si te buscamos,
que con insistencia traduces a nuestro lenguaje de hijos
el puro mensaje del Padre.

Tesoro escondido que muchas veces no encontramos,
reto de conducción a la morada de Dios
sin perder aliento en el camino,
pasión que siempre repetimos por no escuchar tu voz,
siempre atenta a la súplica del custodiado.

Mensaje ante nuestra falta de voz cuajada de fe,
doctrina, de sí mismo plena, ante nuestro vacío,
lleno sólo de mundo.

Esperanza común, mundo común, mano común que nos conduce
hacia Dios. Custodio, Ángel, hermano, nuestro mismo ser.

Lo dicho hasta aquí era para introducir el tema de los Ángeles y, también hay que decirlo, para agradecer a quien tanta ayuda, consuelo y compañía presta a quien esto escribe quien quiso Dios estuviera a su lado siempre.

El tema de los ángeles, a lo mejor, es uno que lo es al que no se da importancia por parte de los creyentes.

No podemos olvidar el episodio que le sucedió a san Pedro cuando, estando encarcelado por Herodes, el Ángel del Señor le liberó de la prisión y se presentó en casa de María, madre de Marcos. Una de las personas que no creía que fuera Pedro el que allí se había presentado dijo algo que es manifestación de una clara creencia: «Será su ángel» (Hechos de los Apóstoles, 12, 15). Así, entonces, estaban las cosas al respecto de la creencia en tales enviados de Dios: estaban más que seguros de la realidad de los mismos.

Tampoco podemos olvidar que el propio Catecismo de la Iglesia Católica sí tiene en cuenta la existencia de tales criaturas celestiales. Y no dedica un solo apartado sino varios.

Así número 328 dice que «La existencia de seres espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe» y que ‘El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición’».

Pero hay más porque, según el número siguiente (329) y respondiendo a la pregunta de quiénes son, en concreto, los ángeles, se dice que «S. Agustín dice respecto a ellos: ‘Angelus officii nomen est, non naturae. Quaeris numen huins naturae, spiritus est; quaeris officium, ángelus est: ex eo quad est, spiritus est, ex eo quod agit, ángelus’ (‘El nombre de ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel’) (Psal. 103, 1, 15). Con todo su ser, los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. Porque contemplan ‘constantemente el rostro de mi Padre que está en los cielos’ (Mt 18, 10), son ‘agentes de sus órdenes, atentos a la voz de su palabra’ (Sal 103, 20). Y, para más abundancia en el tema, el número 330 dice que ‘En tanto que criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas personales (cf Pío XII: DS 3891) e inmortales (cf Lc 20, 36). Superan en perfección a todas las criaturas visibles. El resplandor de su gloria da testimonio de ello (cf Dn 10, 9-12).’»

¿Qué podemos inferir de esto?: muchas e importantes realidades espirituales y, también, materiales.

Por ejemplo, la existencia de los ángeles no puede negarse por ningún creyente católico. Una cosa es que no podamos verlos (o sí, según y cómo) pero otra muy distinta es que tal argumento pueda servir para negar su realidad más que demostrada a lo largo de los siglos.

También es bien cierto y lógico que sirvan a Dios pero que, sobre todo, sean mensajeros del Padre. Por eso a lo largo de los siglos tantas veces se han manifestado en tal sentido (a Zacarías, a los pastores en Belén, a José, a la misma Virgen María…) y han desarrollado una labor importantísima en historia de la salvación.

A este respecto, Benedicto XVI cuando se despidió (el 29 de septiembre de 2008) de los responsables de la diócesis a la que pertenece Castelgandolfo, dijo que «muchos santos mantenían con los ángeles una relación de verdadera amistad y hay muchos episodios que testimonian su asistencia en particulares ocasiones. Los ángeles son enviados por Dios ‘para asistir a los que tienen que heredar la salvación’, como recuerda la carta a los Hebreos, y por tanto, son un válido auxilio en la peregrinación terrena hacia la patria celestial».

Es decir, los ángeles existen y, es más, uno de ellos está, ahora mismo, a nuestro lado. Por eso, estamos con San Josemaría cuando, en el número 565 de «Camino» escribo lo siguiente:» Te pasmas porque tu Ángel Custodio te ha hecho servicios patentes. —Y no debías pasmarte: para eso le colocó el Señor junto a ti.»

Y es que nada es mejor que creer en la Verdad.