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Síndrome de Aislamiento Acompañado

¿Les cuento un chiste? Pues hay tienen que entra un señor a un establecimiento de artículos fotográficos, y dirigiéndose al primer empleado que ve, le dice: ¿Sabe?: mi esposa y yo tenemos 28 años de casados, y la verdad es que desde el principio tuvimos algunos problemas, pero suponíamos que eran normales por ser los primeros años de matrimonio. A mí siempre me pareció que su familia se metía más de lo debido en nuestras vidas, y no respetaban la sana y normal privacidad de la nuestra.

Y continuaba: después vinieron los hijos, y nuestros problemas no desaparecieron, pues conforme los niños fueron creciendo, aumentaron nuestras diferencias sobre todo en lo tocante a su educación, pues ella me acusaba de demasiado “pasalón”, es decir, transigente, y a mí me parecía que mi mujer era muy dura con ellos. Por esto, y mil motivos más, se fue abriendo un distanciamiento cada vez más grande entre nosotros.

Además parece que no puedo darle gusto en nada. . . que si son las vacaciones. . . que si no le compro el coche que ella quiere. . . que si vamos a pasar las Navidades con su familia. . . que siempre necesita más dinero. . . qué sé yo. . . cualquier pretexto es bueno para discutir.

Aprovechando una de esas pausas necesarias para pasar un poco de saliva, el vendedor de la tienda lo interrumpió diciendo: Perdone Señor pero, con todo respeto, la verdad no entiendo por qué me está usted contando todo esto, éste es un negocio de artículos fotográficos. El supuesto cliente dijo: Es que afuera, en el aparador, hay un letrero que dice: “Revele su rollo”

Ya en serio, ¿No será que hay mucha gente cerca de nosotros que sufren de lo que podríamos llamar: Síndrome de Aislamiento Acompañado? Con esto quiero referirme a esa situación que se da en quienes a pesar de vivir rodeados de familiares, vecinos y compañeros, se encuentran privados de esa manifestación fundamental del verdadero cariño, que es la comprensión, acompañada del interés por esas preocupaciones grandes y pequeñas que todos deseamos compartir.

Permítanme cambiar de tema, aunque al final pienso unir las dos ideas de este artículo, por favor ténganme un poco de paciencia. Hace cerca de treinta años, un amigo sabio me habló por primera vez de los ahora muy conocidos “agujeros negros” del espacio sideral; que según los estudiosos son fenómenos producidos por astros tres mil millones de veces más grandes que nuestro sol (No se midieron ¿verdad?) Los cuales, por su enorme masa y su lógica fuerza de gravedad, se chupan todo lo que tienen cerca (Nota: que quede bien claro, que aquí “cerca” es una simple forma de hablar bastante inexacta).

La capacidad de atracción de los agujeros negros es tan fuerte que ni siquiera la luz puede escapar de ellos. Por eso se les ha “bautizado” con ese nombre (Nota: aquí también ha de entenderse que no me refiero a uno de esos bautismos a los que estamos acostumbrados a asistir, esto es, al Bautismo Sacramental, del que se vale Dios para meterse a vivir en el alma del recién bautizado). Estando así las cosas, pienso que parte del problema del “Síndrome de Aislamiento Acompañado” se debe a que incluso, dentro de nuestro planeta, hay muchas personas con complejo de agujeros negros, provocado por un egoísmo monumental que no permite dar nada a los demás, sino que por el contrario solamente pretende chuparlos para aumentar la propia egolatría.

El remedio para este mal epidémico resulta sencillo, pero a la vez, sumamente difícil, pues consiste en erradicar el cochino orgullo, y esto debe comenzar lógicamente a nivel matrimonial, pues son los padres quienes han de crear escuela dentro del hogar, comenzando por el amor entre ellos, preocupándose por sus grandes y pequeños trabajos, realidades, problemas, sentimientos e ilusiones. Querer a alguien, sin demostrarle interés por lo que lleva en su corazón, es no quererlo.

A todos nos gusta que nos traten bien, y que se interesen por nuestras cosas, y esto nos abre un enorme panorama para poder mejorar nuestras relaciones familiares. Oír a los demás, pero escuchando lo que nos dicen, tratar de entender sus razones, pero como ellos ven esas realidades, y si no estamos de acuerdo con sus puntos de vista, convendrá exponer nuestros motivos, y en último caso, saber ceder. Es impresionante lo que se puede ganar cuando estamos dispuestos a perder.