Imaginemos por un momento que ocurriese la tragedia tan temida: que la Sagrada Familia llegase a derrumbarse por culpa de las obras del AVE... Entonces el escándalo, la noticia, la turbación no sólo de una ciudad, sino del mundo entero, tocaría a millones de seres humanos.
Nos duele perder algo bello, algo con lo que nacimos, con lo que vivimos, con lo que transcurrimos parte de este breve y hermoso caminar terreno. Por eso produce una turbación profunda saber que acaba de destruirse un edificio famoso, escuchar que una obra de arte ha sufrido la agresión de un desequilibrado, constatar que no queda ya nada de un bosque de robles centenarios por culpa de un incendio de verano.
Mientras miramos con atención y angustia que no pase nada a la Sagrada Familia (ni al monumento ni a los que allí trabajan), en algunos lugares de Barcelona varias mujeres están abortando a sus hijos no nacidos. Algo que también ocurre en Madrid, Bilbao, Zaragoza, Valencia, Sevilla...
Pocos, muy pocos, abren los ojos ante el drama del aborto. No hay protestas, no hay llanto público, no hay conmoción ante lo que pasa miles de veces en España, millones de veces en el mundo entero, cuando el instrumental médico sirve para acabar con diminutas vidas humanas.
En silencio, cada semana, decenas de hijos mueren. La sociedad guarda un silencio cómplice; porque, dicen, se trata de un asunto “privado”; porque, además, la ley española lo permite. Pero nunca puede ser un asunto privado el que una mujer decida acabar con la vida de su hijo. Ni podrá ser nunca justo ninguna comunidad autónoma, ningún estado, mientras acepte el aborto como algo legal.
Es justo, es urgente, defender los tesoros artísticos o ecológicos de una ciudad, de un pueblo. Pero, sobre todo, es justo, es urgente, salir de nuestro letargo y buscar caminos para que nunca una madre llegue a decidir el aborto de su hijo; para que nunca un médico use su ciencia maravillosa para promover la muerte en vez de la vida; para que nunca la sociedad, la prensa, el mundo de la cultura, consideren que el aborto es una “conquista” de la mujer, cuando sólo es una injusticia amarga que deja secuelas imborrables.
Ojalá que la Sagrada Familia “sobreviva” a las obras que ahora tienen en suspenso a no pocos técnicos, a la ciudad de Barcelona, a miles de admiradores en el mundo entero. Ojalá, en unos meses, podamos encontrarnos por la calle con mujeres que llevan entre sus brazos a un niño pequeño y sonriente al que salvaron del terrible crimen del aborto. Ojalá, dentro de unos años, esos niños puedan contemplar no sólo lo sublime de una Sagrada Familia edificada y salvada por el esfuerzo de tantas personas buenas, sino también la belleza de un mundo en el que el amor materno acoge, respeta y cuida a cada hijo que inicia la aventura humana.