"[...] ¿cómo van a invocar al Señor, si no creen en él? ¿Y cómo van a creer en él, si no han oído hablar de él? ¿Y cómo van a oír hablar de él, si no hay nadie que se los anuncie?”. Estas preguntas, que San Pablo se hace en la carta a los Romanos, creo que tienen un especial significado en este tiempo de Adviento en el que estamos preparando la venida del Señor.
Vivimos en un mundo en el que muchas veces los valores cristianos no son comprendidos; y cuanto menos se comprenden, menos son apreciados. Y, cuántas veces, comprendidos y apreciados, no son seguidos, no son vividos. Tristemente, tenemos que confesar que la cultura que nos rodea influye mucho, que las situaciones en las que nos encontramos tienen un gran peso en el corazón. Y en cuántas ocasiones estas situaciones nos llevan a tomar decisiones, opciones, formas de pensar y modos de vivir que, en el fondo, arrancan a Cristo de nuestra existencia.
Una vocación a la vida cristiana no se puede dar sola, necesita los medios humanos para darse. Dios ha querido llegar a los hombres a través de otros hombres. San Pablo, en la carta a los romanos, citando la Escritura, dirá: “¡Qué hermoso es ver correr sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la Buena Nueva!”.
Yo les invito a que en este Adviento llenen su alma de Cristo, colmen su corazón de una generosidad inmensa para seguir al Señor, para que cada uno de nosotros pueda ser mensajero de la Buena Nueva para la propia vida, mensajero de la Buena Nueva para la propia pareja, mensajero de la Buena Nueva para la propia familia y para la sociedad, porque entonces, Jesucristo no se queda atrás en generosidad para dar el segundo paso: "Yo los haré pescadores de hombres”.
Solamente quien escucha la palabra de Cristo lo puede seguir, y al seguirlo le entrega todo su ser. Entrega a Cristo su vida, su libertad, sus triunfos y sus fracasos, sus gozos y sus tristezas, sus esperanzas y sus desesperanzas. La vida tiene que ser la conjunción de nuestra libertad dada a Cristo, apostada con Cristo, junto con el dejar que Él opere y transforme nuestra existencia. La pregunta que todos deberíamos hacernos en este Adviento es: ¿cómo entrego mi libertad a Cristo? ¿Cómo dejo que Él opere en mí?
El hombre y la mujer pueden no seguir a Cristo. Ese Simón y ese Andrés, que somos cada uno de nosotros, al escuchar el "sígueme”, puede no entregar su libertad a Cristo. Y en un primer momento parecería que no pasa nada. Y, quizá, es verdad: no pasa «nada». Es decir, la ley de mi vida puede irse convirtiendo en nada, en una vida sin sentido, porque he sacrificado lo que valía más por lo que me convenía más.
Es una opción que el ser humano debe tomar: seguir lo que vale más o seguir lo que me conviene más. Si sigo lo que vale más, cambiará mi vida. Si sigo lo que me conviene más, no pasará «nada». Pero, yo me pregunto: ¿quién es capaz de soportar la nada en el corazón?
Hay que abrirse a Cristo, hay que ofrecerle el corazón; hay que permitir que el Señor nos tome y nos lance a una decisión coherente, madura y exigente de cara a Jesucristo. Que el Adviento reafirme en el interior de cada uno de nosotros la decisión de ser, para los que amamos, auténticos pescadores de hombres, y que afiance en nuestro corazón la convicción de ser, para los que nos rodean, mensajeros que corren por los montes para llevarles la Buena Noticia de Dios.