El periodo estivo incluye frecuentemente amplios periodos vacacionales, por lo menos a nivel escolar. Obviamente el sentido de estos periodos es el descanso. Vacación equivale a descanso. Pero, ¿es indiferente cualquier forma de descanso?, ¿debo descansar también de Dios y sus preceptos?, ¿la fe ofrece o recomienda algún género de descanso?
La oferta vacacional es infinita, las formas de descanso también. Puede afirmarse sin embargo que urge una cristianización del descanso. La razón es que con frecuencia se confunde el auténtico descanso con formas desordenadas de vida, con excesos, como si para pasarlo bien fuera requisito portarse mal. Paradójicamente los excesos agotan, creando nuevos nichos de mercado, por ejemplo las bebidas energizantes. Incluso se ridiculizan formas de diversión sanas, y se presume en “petit comité” de los comportamientos desordenados, que cada vez se vuelven más aspiracionales: la gente trabaja para embriagarse el fin de semana, o pasar una velada en un table dance.
¿Con qué autoridad se puede hablar de las vacaciones desde una perspectiva de la razón iluminada por la fe?, ¿no se trata de una realidad indiferente para estos baremos?, ¿no se trata de una injerencia abusiva del ámbito de la fe sobre la intimidad de las personas, una especie de reglamentación asfixiante, carencia de autonomía y determinación, o escrúpulos ridículos?
El descanso, contra lo que pudiera pensarse, no es ajeno, por ningún concepto, a la fe. De hecho, ya en el primer libro de la Biblia, en el segundo capítulo aparece, al afirmar el Génesis que, al concluir la creación, Yahvé Dios descansó en el séptimo día y lo santificó. El sentido del domingo enraíza en esta convicción: es necesario descansar del trabajo y un modo de hacerlo es dar gloria a Dios. Descansar cara a Dios es santificar ese descanso, darle su perspectiva más enriquecedora y trascendente. La propuesta judeo-cristiana es radical: el descanso está puesto expresamente para alabar a Dios. Elevar nuestra alma al Creador no impide el descanso, sino que lo encauza y al revés: si al descansar prescindo sistemáticamente de la referencia al Creador pierde su sentido más profundo, y puede corromperse el descanso, dañando a las personas y a la sociedad.
La oferta cristiana es ambiciosa y audaz a un tiempo, y por qué no decirlo, atractiva: se trata de santificar el tiempo, todo el tiempo, no sólo el de oración, ni exclusivamente el del trabajo, también el descanso se debe santificar. Sin embargo, queda mucho por hacer, es preciso superar la pobre disyuntiva entre espectáculos y diversiones sosas o indecentes, simples o envilecedoras. Es triste, por ejemplo, que el género cómico decaiga con frecuencia en lo soez. Es necesario enriquecer culturalmente a la sociedad, y el descanso es un lugar estupendo para ello; pero previamente debe deslindarse a la cultura de la irreligiosidad o la inmoralidad, en la que con tanta frecuencia naufraga.
Las vacaciones suponen un reto a la creatividad por un lado y a la coherencia por otro. Pueden suponer un periodo de enriquecimiento personal y convivencia familiar, o por el contrario, el lugar donde se pierden los hábitos ganados durante el curso escolar, merced a la pereza y al vacío de objetivos, quedando muchas veces a la deriva de lo que vayan ofreciendo los diferentes media, como consumidores pasivos y sin capacidad crítica. Descansar en consecuencia no es “no hacer nada”, sino cambiar de actividad, repesar nuestra existencia, gozar de un mínimo de tranquilidad para proyectar nuestra vida, forjar proyectos, encauzar ideales. La riqueza personal que produciría un descanso constructivo es incalculable, y el beneficio a la sociedad también; ¡qué cantidad de idiomas, habilidades, etc., podrían adquirirse! y sin embargo envaran anegados en la inactividad, la pereza o la contemplación pasiva del televisor o la computadora.
Una parte muy importante de la labor de recuperar a la juventud por un lado y a la capacidad de comunicación y convivencia familiar por otro, estriba en el uso adecuado del tiempo vacacional. Para un cristiano es además una tarea improrrogable, vistos los nefandos estragos que causan la ociosidad a los jóvenes y a las familias: pleitos, adicciones, egoísmos, falta de ideales, desunión y finalmente aburrimiento. La sociedad necesita el testimonio atractivo de personas que sepan descansar, divertirse, pasárselo bien, al tiempo que se enriquecen y conviven en familia. Formas sanas de alejar el estrés que fomenten la convivencia y no aíslen a las personas, como lamentablemente sucede cuando quedan cautivas de las herramientas tecnológicas, sin interactuar con personas reales –no virtuales- y con la naturaleza. El auténtico descanso fomenta la capacidad contemplativa, que enriquece a la persona y le ofrece una felicidad y una paz más profundas, menos efímeras.