Siento defraudar a los incondicionales de Meryl Streep (a quienes me une la admiración por esta camaleónica actriz), pero no me estoy refiriendo a la secuela de su ya famosa película. ¡Nada sería más de mi agrado que ver de nuevo en la pantalla a la excéntrica Miranda Priestly! Más bien quisiera llamar la atención sobre una figura de nuestro panorama contemporáneo, que me parece es tan digno de ser aplaudida como lo es la actriz estadounidense detrás de las pantallas.
He apenas terminado de leer, reconozco que bastante tarde, -mea culpa- el libro “La nueva tiranía: el sentido común frente al Matrix progre” (Libros Libres 2009) de Juan Manuel de Prada. Al concluir la última página se mezclaron en mi interior una alegría profunda y una envidiosa admiración. Alegría, porque detrás de cada capítulo, he percibido un espíritu que me sabe a lo mejor de nuestro mundo católico; y admiración, porque de cada palabra brotaba el coraje de quien desea combatirse en las arenas de nuestro tiempo, sea quien sea el que se presente delante.
Lanzando una analogía algo atrevida, Juan Manuel me parece un nuevo San Jorge. La tradición ha presentado a este santo como un caballero que va a la lucha de un temible dragón y con el objetivo de salvar de las garras del monstruo a una bella princesa. La lucha, formidable, acabó con la victoria del santo, dejando a la princesa en manos de su agradecido padre.
Pues bien, nuestro “San Jorge-Prada” se lanza a la caza del dragón de nuestro tiempo, ése que él llama el “Matrix Progre” y que bien podemos calificar, con palabras del mismo autor, como «la visión hegemónica del mundo que el poder impone». Las fauces de esta bestia nos lanzan una dentellada cargada de conceptos de relativismo e ideologías baratas, pero ocultas bajo el disfraz de una libertad supuestamente plena y de una democracia ya debilitada y convertida, como bien nos advierte de Prada, en una nueva tiranía. La fiera nos acorrala con visiones antropológicas débiles, desvinculándonos de nuestras raíces y dejando de lado, como algo inexistente, la parte espiritual del hombre; nos hipnotiza con supuestos derechos, especialmente los que atentan contra la vida, adormilando nuestra razón, y logrando hacernos pensar tal y como ella desea que lo hagamos. Para ello, esta nueva tiranía tiene a su disposición diversos medios, con los que ni Huxley hubiese soñado para su mundo feliz; medios que se venden por el bajo precio de treinta monedas de fama, poder, riqueza y placer.
Esto es a lo que este escritor desea enfrentarse. Pero ¿y la princesa? Permítaseme ser algo cursi; siempre he gozado de los cuentos de hadas con finales felices, al estilo hermanos Grimm. Además, no se puede luchar sólo por el simple hecho de hacerlo, pues la pelea se convierte en un absurdo: hace falta un fin, un objetivo. Y, de lo que yo puedo advertir, la “lanza-pluma” de este escritor se ciñe para salvar algo que hoy parece insalvable: el sentido común. Vestida de brocado y seda, esta joven indefensa ha sido aprisionada en los parámetros de lo que la tiranía llama “conservadurismo radical”; cualquiera que desee salvarla será tachado de poco menos que infame e irracional, alguien que sólo busca ahogar lo mejor del espíritu del hombre. Y, sin embargo, nunca como hoy fue necesaria la lucha por algo tan lógico, como afirmar que la unión natural en el matrimonio es la de un hombre y una mujer; que el embrión tiene los mismos derechos que cualquier otro ser humano; que la educación de los hijos es derecho esencial de los padres, no del Gobierno; seguido de un largo etcétera, en el que no caigo en la tentación de desarrollar.
Montado en el caballo que le dan las páginas de ABC, XL Semanal, L’Osservatore Romano y tantos otros estrados de escritura, Juan Manuel de Prada lanza su obstinada pluma contra las manifestaciones de la obra de la temible bestia. Pero, gracias a Dios, no entabla esta batalla solo. Junto a él, muchos luchadores -la lista sería muy larga- presentan las armas de la palabra escrita desde diferentes ángulos, y es un gozo constatar que buscan unirse entre ellos para dicha empresa. Tengo el honor de conocer a algunos de ellos -aunque sólo sea por el bendito correo electrónico- y puedo dar fe de su infatigable oposición a todo lo que tenga que ver con ese “Matrix progre pradiano”.
Tal vez por eso, y porque me parece algo digno de quien está en su sano juicio, he celebrado con particular entusiasmo la actitud con que Ignacio Arsuaga contestó a Prada acerca de la divergencia con que ambos se presentaban a un posible referéndum sobre la ley del aborto. A Arsuaga le parecía que un referéndum sería positivo, mientras que para Prada sería caer ya en el razonamiento del Gobierno. Planteados los problemas, Arsuaga entendió que había algo más importante y por eso dejó de lado la iniciativa para «centrarnos en lo que nos une a todos los que defendemos, con mayor o menor acierto, la vida de los que van a nacer». Y Prada ha sabido responder con igual entusiasmo a esa mano tendida, con su apoyo incondicional a la manifestación del 7 de marzo.
Sean quienes sean los “San Jorges” de hoy, tengo para mí que todos buscan luchar por algo que nuestra sociedad está clamando a gritos: la auténtica felicidad, por costosa que ésa sea. Y esa felicidad sólo puede encontrarse en las cadenas que «nos aten a algo permanente, como el náufrago se ata en medio de la tempestad al mástil que lo mantiene a flote»: la permanencia de lo auténticamente humano y lo bellamente divino.