La ambigüedad terminológica puede convertirse con el tiempo en un arma de dos filos, en un engaño barato. Dicen que durante la segunda guerra mundial, en los campos de concentración alemanes, a aquellos que no eran aptos para trabajar, se les decía que los iban a llevar “a las regaderas”, y en efecto, eran regaderas, con su cebolla y todo, pero en lugar de salir agua, salía gas y los mataba. Algo semejante ocurría con el concepto de “limpieza étnica”, que implicaba el uso de una terminología soft para encubrir al más cruel de los genocidios.
Un lenguaje adecuado puede ser útil para cauterizar la conciencia, para eliminar el rechazo generalizado, la reprobación social: al aborto lo llamamos interrupción del embarazo, a la eutanasia muerte dulce (es su sentido etimológico, pero despojado de su carga moral negativa), y la lista podría seguir alargándose. Es lo que parece suceder con el concepto de “salud reproductiva”, que originalmente poseía contornos difusos, es decir, cada quien podría interpretarlo a su gusto y conforme a sus principios, pero cuya estudiada ambigüedad estaba orientada a deslizarse hacia su sentido más nocivo.
La estrategia es clara, primero presento un término difuso, lo propalo y difundo hasta que goza de una aceptación generalizada, de cierta legitimidad. Con el tiempo se convierte en un término técnico, acuñado expresamente para expresar una realidad nueva y finalmente lo voy cargando de los contenidos negativos que tenía previstos desde el principio; pero el término ya goza de un carácter oficial, es aceptado pacíficamente y se le considera imprescindible en el contexto presente.
Durante la Conferencia sobre Población y Desarrollo de El Cairo (1994) se discutió acaloradamente sobre el concepto de “salud reproductiva”, que pasó a formar parte del documento final. Sin embargo no se llegó un consenso que definiera los límites precisos del concepto. Cada país podía interpretarlos a su modo. Desde el principio se miró con recelo, pues se preveía hacia donde derivaría tal término. Es por ello que fue necesario precisar en dos ocasiones que no se podría utilizar para crear un nuevo derecho al aborto, ni considerar como un método de planificación familiar.
No existe actualmente consenso internacional sobre el significado específico del término “salud reproductiva”, ni se ha definido si el aborto debería ser excluido de su definición. Sin embargo cada vez son más fuertes las presiones para incluirlo. De hecho la administración Obama ya se ha definido al respecto. Recientemente Hillary Clinton, Secretaria de Estado de los Estados Unidos declaraba: “Nosotros pensamos que la planificación familiar es una parte importante de la salud femenina, y que la salud reproductiva incluye el acceso al aborto que, considero, debe ser seguro, legal e inusual”.
Los Estados Unidos gozan de una amplia tradición que les lleva a rechazar convenciones internacionales si no sirven a sus intereses (por ejemplo los protocolos de Kioto o someterse a los de tribunales internacionales) y de hacer presión para que los organismos internacionales sigan sus propias políticas e intereses (por ejemplo las distintas guerras del Golfo que ha habido). No es extraño que ahora la presión se dirija hacia la ONU para reconocer oficialmente al aborto como medio de control natal y parte del paquete de “salud reproductiva”, como derecho humano básico. Lo dramático de la situación es que la ONU como organismo internacional –no tanto en cuanto a los países afiliados, piénsese en los musulmanes- está en sintonía con esta política que ahora promueve abiertamente la administración norteamericana.
La paradoja como siempre es patente y muestra lo tendencioso de la cuestión: bajo el nombre de “salud” se reconoce la “bondad” o “necesidad” del aborto, ignorando de un plumazo y “por decreto” todas las evidentes consecuencias negativas que tiene sobre la salud, no digamos del niño asesinado, sino de la madre: trastornos psicológicos, sentimientos de culpa, proclividad a las depresiones y un largo etc., que está convenientemente documentado.
La “salud reproductiva” reconoce el derecho de la mujer a abortar, silenciando todas las consecuencias negativas que ello ocasiona para la salud de la misma, así como su alto coste médico y social. ¿No parece tendencioso?, ¿no es evidente como se violenta la realidad, la experiencia más simple para imponer modelos ideológicos claramente incoherentes? Desgraciadamente los que ahora difunden estas razonadas sinrazones tienen gran influencia y poder, pero lo verdaderamente trágico sería que aquellos que no tienen obnubilado el sentido común callaran; callar equivaldría a ser cómplice, a cooperar: “el que calla otorga”. Es necesario no cansarnos de evidenciar lo tendencioso y absurdo de la cuestión, para que con el tiempo ésta no adquiera carta de naturalidad en la sociedad, sino que siempre quede patente su talante sectario.