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Saber escuchar

“Te pago tu tiempo”

La recepcionista del elegante consultorio hizo pasar a la pequeña paciente y la presentó:

- Doctor, aquí tiene una paciente muy especial.

El doctor vio con ojos de asombro a la niña y luego se fijó en la sonrisa cómplice de la recepcionista.

- ¿Qué haces aquí?, no tengo tiempo para atenderte, estoy trabajando-, le dijo el sabio médico a la niña, un poco molesto.

- Papá, yo pagué tu tiempo, junté lo que me das para el colegio para que me escuches porque en casa siempre dices que estás muy cansado.

El médico de altos vuelos miró a su pequeña y, lleno de vergüenza, la abrazó y la hizo pasar para escuchar a la que había tenido que pagar una consulta para que su papá tuviera tiempo para ella.

Esta anécdota tan conocida debería hacernos pensar a quienes tenemos obligación de saber escuchar.

¿Qué es escuchar?

Disposición para atender y entender a los demás (Diccionario de las Virtudes, Héctor Rogel Hernández. SCM, 2003)

Se hace notar la diferencia entre oír y escuchar: oír es sólo usar ese maravilloso sentido que nos hace situarnos en el mundo que nos rodea. Escuchar tiene un especial sentido de prestar atención, de atender. Puede ser que oigamos, pero que no estemos escuchando. Escuchar implica un compromiso con el que nos habla.

Nadie escucha

Los transportes públicos en las grandes ciudades son una constante paradoja: viajamos estrechamente unidos a una multitud y, sin embargo, estamos perfectamente solos. No nos hablamos, nos ignoramos unos a otros y si llega a haber algún tipo de comunicación, ésta se reduce a una frase de cortesía obligada o a una mirada de reproche.

La incomunicación se agrava cuando nos colocamos los audífonos para escuchar música, que vienen a significar aquel dicho popular: “no oigo, soy de palo”. No oigo y no quiero oírte, déjame en paz en mi propio mundo. Pero el amor todo lo vence y vemos por ahí a una parejita que comparte lo que escucha prestándose uno de los audífonos.

No sabemos, y no queremos, escuchar. Y a nuestro alrededor está toda esa gente que tiene necesidad de ser escuchada.

Y todos necesitamos ser escuchados

Dios bendiga a los taxistas, ¡cuánto bien hacen con tan sólo escuchar nuestras quejas! En una ciudad grande el taxista es anónimo. ¿Cuándo lo volveremos a ver? Garantizada la discreción les soltamos las penas que cargamos dentro. Algunos tratan de consolar o de orientar, y realmente no importa cómo lo hagan; lo importante es que suelen escuchar con simpatía.

Algunos acuden al confesionario más que para recibir el perdón de los pecados, para ser escuchados. Los niños definen al amigo como aquél que le pueden contar sus problemas.

Los adolescentes evitan estar en su casa donde todo mundo los regaña y nadie los escucha, y salen a la calle para encontrar amigos comprensivos que les dan lo que sus padres no les saben dar. Lo malo es que esos amigos suelen dar malos consejos.

Aprender a escuchar

Urge aprender a escuchar. Primordialmente debemos hacerlo quienes tenemos la obligación, es decir, los padres de familia, los maestros, los sacerdotes, los orientadores y los médicos.

Los papás aprenderán a escuchar movidos por el amor natural a sus hijos. El escuchar es personal y confidencial, pero no debe implicar complicidad.

¿Cómo infundir en los hijos la confianza necesaria para que se abran? ¡Dejando de actuar como policías! En esa escucha paternal no caben ni el enojo ni la burla, pero sí la tolerancia y la comprensión; tampoco hay lugar para las represalias o para usar lo confiado en las relaciones posteriores.

Los papás pueden buscar la oportunidad para hablar con cierta privacidad y en un ambiente propicio. Salir con un hijo es invitarlo a la confidencia.

Para saber escuchar:

 Acoger con educación y sensibilidad al que nos habla.  

 Darle tiempo. No mostrar impaciencia. En ese momento él es lo más importante de nuestra actividad.  

 Escuchar sin prejuicios. No meter en un molde lo que nos están diciendo.  

 Buscar juntos las soluciones. No pensar que tenemos todas las respuestas.  

 Tratar de conocer la situación personal del que nos habla.  

 Dejar de hacer cualquier otra actividad y mirar al que nos habla. También con los ojos se escucha.