Vemos
con tristeza el desmoronamiento frecuente de matrimonios que comenzaron
con los mejores deseos e ilusiones. ¿Qué está pasando? ¿Por qué
fracasan los proyectos de realización en común, dejando sentimientos de
frustración y desadaptaciones que socavan las fuerzas e ilusiones de
gentes bien intencionadas? Sencillo: falta una buena dosis de esfuerzo
y, sobre todo, no se le da tiempo al tiempo.
Roma no se hizo en un solo día, porque las cosas grandes e
importantes llevan tiempo y, además, trabajo y esfuerzo. Si le
preguntáramos a Rockefeller cómo llegó a formar su imperio económico,
seguro que nos mostraría, más que su capital o las toneladas de cemento
de sus rascacielos, los cimientos de esfuerzo y dedicación que tuvo que
poner.
Pero si ajustamos el enfoque de nuestros prismas y observamos los
casos de parejas que van logrando a pulso el éxito de su matrimonio y
familia, ¿qué encontramos? La dedicación, darle tiempo a cuidar cada
jornada la raíz del hogar. Seguro que usted conoce algún jovencito que,
al casarse, pensó seguir con sus parrandas de amigos o sus buenas
platicadas con las amigas... y descuidó a la propia pareja. Dicen que
las plantas crecen mejor cuando se las cultiva con cariño. Roma, y más
la propia familia, no se consigue embellecer en un sólo día.