Rico en misericordia
¿Cómo es Dios? ¿Podemos descubrir su corazón, ver lo que siente, lo que piensa de nosotros? Hace 25 años, Juan Pablo II quiso ayudarnos a encontrar la respuesta al publicar su segunda encíclica, Dives in misericordia (Rico en misericordia, unas palabras de Ef 2,4), que tiene como fecha el 30 de noviembre de 1980. El texto nace de una meditación profunda y larga que Karol Wojtyla había realizado antes de haber sido elegido obispo de Roma. En un libro que publicó pocas semanas de la hora de su muerte, Juan Pablo II nos explicaba cómo había preparado este documento. “Las reflexiones de la Dives in misericordia fueron fruto de mis experiencias pastorales en Polonia y especialmente en Cracovia. Porque en Cracovia está la tumba de santa Faustina Kowalska, a quien Cristo concedió ser una portavoz particularmente inspirada de la verdad sobre la Divina Misericordia. Esta verdad suscitó en sor Faustina una vida mística sumamente rica. Era una persona sencilla, no muy instruida y, no obstante, quien lee el Diario de sus revelaciones se sorprende ante la profundidad de la experiencia mística que relata. Digo esto porque las revelaciones de sor Faustina, centradas en el misterio de la Divina Misericordia, se refieren al período precedente a la Segunda Guerra Mundial. Precisamente el tiempo en que surgieron y se desarrollaron esas ideologías del mal como el nazismo y el comunismo. Sor Faustina se convirtió en pregonera del mensaje, según el cual la única verdad capaz de contrarrestar el mal de estas ideologías es que Dios es Misericordia, la verdad del Cristo misericordioso. Por eso, al ser llamado a la Sede de Pedro, sentí la necesidad imperiosa de transmitir las experiencias vividas en mi país natal, pero que son ya acervo de la Iglesia universal” (Juan Pablo II, Memoria e identidad, capítulo 2). La encíclica Dives in misericordia está dividida en 8 capítulos. El capítulo primero nos presenta a Cristo como revelación y encarnación de la misericordia del Padre. El capítulo segundo resume el mensaje mesiánico y centra su mirada en la misión de Jesús. Una líneas de este capítulo expresan de modo magistral el mensaje que nos quiso ofrecer el Papa: “Jesús, sobre todo con su estilo de vida y con sus acciones, ha demostrado cómo en el mundo en que vivimos está presente el amor, el amor operante, el amor que se dirige al hombre y abraza todo lo que forma su humanidad. Este amor se hace notar particularmente en el contacto con el sufrimiento, la injusticia, la pobreza; en contacto con toda la «condición humana» histórica, que de distintos modos manifiesta la limitación y la fragilidad del hombre, bien sea física, bien sea moral. Cabalmente el modo y el ámbito en que se manifiesta el amor es llamado «misericordia» en el lenguaje bíblico” (n. 3). La noción de la misericordia desde el punto de vista bíblico ocupa los capítulos tercero (dedicado al Antiguo Testamento), cuarto (una meditación sobre la parábola del hijo pródigo) y quinto (donde se explica el misterio pascual: Pasión, Muerte y Resurrección del Señor). El capítulo sexto analiza la historia, para fijarse, especialmente, en la situación del mundo a finales del siglo XX. El Papa señalaba graves amenazas a la vida misma de la humanidad, y notaba que la búsqueda de la justicia, imprescindible, no era suficiente, pues hacía falta dar un paso ulterior: el amor. Recogemos sus palabras: “La experiencia del pasado y de nuestros tiempos demuestra que la justicia por sí sola no es suficiente y que, más aún, puede conducir a la negación y al aniquilamiento de sí misma, si no se le permite a esa forma más profunda que es el amor plasmar la vida humana en sus diversas dimensiones” (n. 12). El capítulo séptimo presenta cuál es el lugar de la misericordia en la vida de la Iglesia, mientras que el capítulo octavo es una oración ferviente y profunda para invocar la misericordia divina, la única que puede librar radicalmente de los males que afligen a la humanidad. Juan Pablo II se dirigía, con el corazón en la mano, incluso a quienes no comparten nuestra fe, para invitarles al menos a comprender por qué hacía esta súplica intensa al Dios de la misericordia: “Y si alguno de los contemporáneos no comparte la fe y la esperanza que me inducen, en cuanto siervo de Cristo y ministro de los misterios de Dios, a implorar en esta hora de la historia la misericordia de Dios en favor de la humanidad, que trate al menos de comprender el motivo de esta premura. Está dictada por el amor al hombre, a todo lo que es humano y que, según la intuición de gran parte de los contemporáneos, está amenazado por un peligro inmenso”.