Benedicto XVI pronunció un discurso profundo y estimulante, dirigido a la comunidad universitaria, en la ciudad de Ratisbona, el 12 de septiembre de 2006. Sus palabras eran una reflexión sobre la importancia de unir fe y razón como camino irrenunciable para el diálogo entre las culturas y las religiones.
A la vez, mostró la necesidad de un rechazo firme y categórico al uso de la violencia como camino para imponer la propia religión. Porque la razón del hombre que se dispone a creer trabaja desde la libertad. En un clima de libertad, es posible adherirse de modo digno y responsable a un credo religioso, no desde la violencia o desde el miedo provocado por quienes desean imponer las propias creencias a los demás.
Se comprende, entonces, por qué el Papa recurriese a la lectura de parte de un texto del emperador bizantino Manuel II Paleólogo (que vivió aproximadamente entre los años 1348-1425). Este emperador sostuvo un interesante diálogo con un hombre culto del mundo musulmán. Elaboró luego sus recuerdos en un escrito reeditado recientemente.
Benedicto XVI reproducía y comentaba brevemente el texto de Manuel II con estas palabras:
“Sin detenerse en los particulares, como la diferencia de trato entre los que poseen el «Libro» y los «incrédulos», de manera sorprendentemente brusca [Manuel II] se dirige a su interlocutor simplemente con la pregunta central sobre la relación entre religión y violencia, en general, diciendo: «Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba». El emperador explica así minuciosamente las razones por las cuales la difusión de la fe mediante la violencia es algo irracional. La violencia está en contraste con la naturaleza de Dios y la naturaleza del alma. «Dios no goza con la sangre; no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios. La fe es fruto del alma, no del cuerpo. Por lo tanto, quien quiere llevar a otra persona a la fe necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no recurrir a la violencia ni a las amenazas. Para convencer a un alma razonable no hay que recurrir a los músculos ni a instrumentos para golpear ni de ningún otro medio con el que se pueda amenazar de muerte a una persona»”.
“La afirmación decisiva -continuaba el Papa- en esta argumentación contra la conversión mediante la violencia es: «no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios»”.
Los textos situados entre comillas francesas («») no son del Papa, ni el Papa los hace suyos. Por lo mismo, creer o decir que el Papa considera que Mahoma sólo ha traído “cosas malvadas e inhumanas” es no sólo un grave equívoco, sino algo completamente falso, pues tal afirmación ha sido recogida simplemente para expresar el pensamiento de Manuel II Paleólogo, un pensamiento, que, como introduce el Papa, está expresado “de manera sorprendentemente brusca”.
Por motivos diversos, sin embargo, algunos han interpretado las palabras de Benedicto XVI como si fuesen injuriosas e intolerantes respecto de la religión musulmana. Tanto el Vaticano como el Papa han señalado que el discurso no quería ser ninguna ofensa al mundo islámico, y que el texto citado de Manuel II no reflejaba el pensamiento del Papa.
En la audiencia general del miércoles 20 de septiembre Benedicto XVI precisaba su mente con estas palabras: “Por desgracia esta cita ha podido dar pie a un malentendido. Para el lector atento a mi texto queda claro que no quería en ningún momento hacer mías las palabras negativas pronunciadas por el emperador medieval en este diálogo y que su contenido polémico no expresa mi convicción personal. Mi intención era muy diferente: basándome en lo que Manuel II afirma después de forma muy positiva, con palabras muy hermosas, acerca de la racionalidad en la transmisión de la fe, quería explicar que la religión no va unida a la violencia, sino a la razón”.
Queda claro, por tanto, que para el Papa los temas religiosos no pueden imponerse de modo violento, y que en los mismo es necesario respetar lo que es propio de la razón. Desarrollar esta idea implicaría comentar todo el discurso del Papa en Ratisbona, y no lo hacemos aquí por brevedad.
Entonces, ¿por qué ha habido reacciones intolerantes y violentas contra las palabras del Papa? No es correcto ser simplistas y decir que habría una única causa, pues el comportamiento de las personas y de los grupos es muy complejo. Son distintos los modos de actuar de un musulmán que vive en Turquía, de otro que vive en Irán, o de otro que vive en Somalia. En una misma nación, encontraremos a personas de muy diferentes modos de pensar y de actuar, incluso entre los que pertenecen a una misma religión.
Pero podemos evidenciar un elemento común en quienes han lanzado críticas violentas, incluso amenazas, contra el Papa y contra los católicos: el recurso al odio y al desprecio hacia las personas, el deseo de imponer el propio punto a través del uso de la fuerza.
Cualquier religión que sea digna del ser humano ha de excluir tajantemente la violencia como instrumento de imposición. Nunca será correcto, en nombre de Dios y en nombre de las creencias personales, insultar, marginar, despreciar o incluso eliminar vidas humanas.
Si algunos dicen basarse en ideas religiosas para promover el odio o la violencia sobre inocentes es que o tales personas no conocen verdaderamente la religión que dicen defender, o es que en su religión existen elementos que han de ser purificados y eliminados por ser contrarios al respeto que merece cualquier ser humano.
Duele constatar que, en nombre de ideas atribuidas al Islam, se den actitudes de violencia e intolerancia, agresiones a templos o incluso a personas. Duele especialmente que se insulte al Papa, que se tergiverse su pensamiento, que se ataque a su persona. Usar la violencia para defender que el Islam no es violento sería una contradicción y un sinsentido...
Todos los hombres y mujeres de buena voluntad, de cualquier religión o creencia, estamos llamados a dar una respuesta a las agresiones y a la violencia: el compromiso por trabajar en formas de diálogo basadas en el respeto. Será el mejor modo de marginar a grupos violentos que promueven ideas intolerantes y actitudes asesinas. Será la mejor manera de colaborar para que el mundo globalizado sea capaz de asumir ideales de justicia, respeto y paz que nos permitan convivir a todos en un mismo planeta, bajo la mirada de un Dios que es Dios de paz y de concordia.