Al elevarte en mis manos de barro
perdí mi vista en la suma blancura.
No eran mis ojos quienes veían,
aquel milagro llamado Eucaristía,
era mi alma,¡oh luz!
miel en mi boca y
júbilo que has disipado mis dudas.
Me ha pesado la cruz
pero nunca me han faltado fuerzas;
mi compañero, aliento y fortaleza
cada albor en mis manos te prolongas
en nuevo Belén y nuevo Calvario;
y ese don es para mí
la espera pasiva
del ocaso y del alba.
Ya hace tiempo que a Ti me uní
sacerdotalmente... Yo
era incapaz pero me apoyé en Ti:
pensé con tus criterios
y en tu nombre entregué la honra,
el reposo y cuanto gusto natural
tuve en mi alma joven soñadora,
razón de mi vivir,
a pesar de tanta cruz y misterio.
Está perdida mi alma
en este culmen de la acción total
y santificadora;
está cegada mi alma
por estos resplandores...
Jesús, sacerdote y eucaristía,
atadura y hoz
de esta mies amarilla.
Jesús, Hijo de Dios,
recuerdo palpitante y caliente,
compañero fiel de tus elegidos,
verdad de la promesa
y dolor en mi cáliz;
amigo en la lucha
y roca en la que he podido asirme.
Si el odio vino, lo disipaste;
cuändo sufrí fui socorrido;
fe me diste, me la diste y mucha
y de ahí que he podido identificarme;
ha sido esta la señal: fui investido.
¿Amor y dolor?: Tú y yo.
Conté sólo contigo
oh Salvador de almas,
glorificador del sempiterno Padre;
dolor que de Dios vienes,
señal de que me escoges.
Ya en este momento
te dejo de nuevo en el altar
presente como estás en el cielo;
mártir brilloso y puro en el fuego
muy pronto iré a Ti
y ese día, el de mi muerte,
una cruz, y en ella Cristo, abrazará
mi sepultura cual guardián eterno
de una amistad que aquí
en la tierra fue comenzada.