“Reciban al Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar” (Jn 20, 19-23)
Hemos llegado a los cincuenta días desde la Resurrección de Cristo, y con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, coronamos toda esta fiesta pascual.
Ciertamente resulta difícil hablar del Espíritu Santo pues, en el lenguaje corriente el espíritu se define por oposición a lo material, lo corpóreo, lo instintivo y lo exterior. Existen resistencias que muchas veces brota de prejuicios, de carácter ideológico unos, y de índole emocional y vivencial otros.
Frente a estos prejuicios debemos afirmar que el Espíritu de ninguna manera niega o minusvalora el sentido, la necesidad y la autonomía de lo terreno y corpóreo, sino que lo asume y lo proyecta desde dentro con dimensión trascendente. Lo cual es elevar, dignificar y plenificar lo humano; así el hombre se supera a sí mismo (PP 42).
Uno de los grandes problemas de nuestro mundo actual es la carencia de espíritu y se manifiesta cuando se le brinda más importancia al trabajo, al consumismo, alcohol, droga, sexo, etc. cayendo muchas veces en lo que se llama nihilismo absurdo. Otros optan por el espiritualismo y se refugian en las místicas orientales, el cultivo del poder de la mente, etc. Tanto unos como otros son víctimas del vacío existencial, porque reflejan una vida vacía, insatisfecha, sin sentido e incapaz de tener la verdadera felicidad, porque carecen de espíritu y de razones para vivir, trabajar y amar a los demás; en definitiva, porque les falta proyección trascendente para la propia existencia. Es decir convertimos este mundo como una torre de Babel donde existe confusión y separación, donde se ve al otro como un rival y como alguien con quien debemos competir. Precisamente la secuencia “Ven Espíritu Divino” ilumina esta realidad cuando dice: “Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento”. Lo cierto es que el hombre se vuelve realmente humano cuando se abre a Dios y a los demás. Es bajo la acción del Espíritu donde se encuentra y reconcilia con Dios y consigo mismo; y se abre a la comunicación gozosa con Él y con los demás como hermanos, y no como rivales y competidores.
Recibir al Espíritu Santo implica reconocer que este Espíritu ha reunido a todos los pueblos dispersos y las diversas lenguas, haciéndoles llegar la salvación a cada uno en su lengua, para hacernos a todos un solo pueblo en el Espíritu.
Recibir al Espíritu Santo, es la garantía de asumir verdaderamente nuestra encomienda con valentía. Este mismo Espíritu que en su manifestación aparece como fuego, con la característica de transformar y purificar, nos envuelve en el calor de la comunidad para saber que no estamos solos. Se manifiesta con el viento es decir, como el soplo de vida que Dios infunde en el hombre.
La expresión ser alguien lleno del Espíritu Santo, se manifiesta en la alegría, la cual <<se basa en el amor del Padre, en la participación en el misterio pascual de Jesucristo quien, por el Espíritu Santo, nos hace pasar de la muerte a la vida, de la tristeza al gozo, del absurdo al hondo sentido de la existencia, del desaliento a la esperanza que no defrauda. Esta alegría no es un sentimiento artificialmente provocado ni un estado de ánimo pasajero. El amor del Padre nos ha sido revelado en Cristo que nos ha invitado a entrar en su reino. Él nos ha enseñado a orar diciendo: “Abbá, Padre”>> (DA 17).
Dejémonos conducir por el Espíritu, abramos nuestra mente a su inspiración y a su impulso, que no sea otro espíritu el que nos guíe y nos conforte.