Como creyente, tengo la convicción de que Benedicto XVI será juzgado por Dios el día que le llame a su presencia, igual que nos sucederá a todas las personas.
El caso es que sin esperar a ese día el Congreso de los Diputados español, sustituyendo el papel de Dios y anticipándose a su fallecimiento, quiere juzgarle ya aquí en la tierra porque en un avión en viaje a África afirmó que el flagelo del sida no se resuelve sólo distribuyendo preservativos sino que se debe humanizar la sexualidad y renovar espiritual y humanamente a las personas.
El problema del juicio que se pretende hacer al Papa, además de su evidente falta de competencia y de que las palabras de Benedicto XVI han sido presentadas por buena parte de la prensa retorcidas y sacadas de contexto, es que la sentencia ya está dada: lo que se pretende es reprobar al Papa, no se pretende examinar la cuestión de fondo, que son los mejores medios para luchar contra el sida.
En efecto, si los diputados que han presentado esa iniciativa pretendieran luchar contra el sida, se fijarían en el ejemplo de Uganda. En este país se ha conseguido reducir la tasa del sida del 12-15% de la población en 1991, al 4-5% en 2003. El ejemplo de Uganda es notable porque se trata del único país de África que ha conseguido reducir la tasa del sida. Algunos países en África llegan al 26% de la población afectada, lo que presagia un verdadero desastre demográfico.
Uganda es el único país de África que no aplica el preservativo como única medida preventiva, sino que explica el sentido del amor humano y de la sexualidad para conseguir que la población viva la fidelidad en sus uniones. Es decir, lo que dijo el Papa en el avión queda contrastado por la experiencia. Y mientras en el resto de África el sida sigue avanzando, los diputados españoles juegan a jueces universales.
He hablado de quién juzga a Benedicto XVI. Queda otro juicio que se va a hacer al Papa, y es el de la historia. Yo me imagino a quienes estudien este pontificado dentro de unos decenios o siglos, y verán a un hombre octogenario que recorre el mundo luchando incansablemente contra los males que azotan a la humanidad, sin importarle que cierta prensa y algunos parlamentos sean injustos con él.