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Que no nos roben el Concilio

En nombre del Concilio Vaticano II, hay quienes buscan interpretar el Evangelio según visiones sociológicas o filosóficas anticristianas, que desean legitimar crímenes como el aborto, que promueven modos de vivir la sexualidad fuera del plan de Dios sobre el matrimonio y la familia al defender, por ejemplo, la licitud del uso de anticonceptivos.

En nombre del Concilio, hay grupos que promueven la hostilidad hacia el Papa y los obispos, hacia el patrimonio de la Revelación, hacia la vigencia del Derecho eclesial, hacia la caridad que debe unirnos a todos los hermanos en Cristo.

En nombre del Concilio, hay quienes contestan el carácter ministerial del sacerdocio, la organización jerárquica de la Iglesia, el sentido profundo de los sacramentos en su significado y en su disciplina.

En nombre del Concilio, hay quienes desean una liturgia sin disciplina y sin fervor, donde sea más importante la música que el sentido de lo sagrado, donde se relegue el papel del sacerdote a un simple animador de la comunidad, fuera de las pautas que el mismo Concilio nos ha dejado en la constitución "Sacrosanctum Concilium" y en el decreto "Presbyterorum ordinis".

En nombre del Concilio, hay quienes dan más importancia a la preservación de la biodiversidad que al crimen del aborto, a la libertad sexual que a la responsabilidad ante el amor, a la rebeldía ante los pastores que a la unión de corazones y de doctrina que expuso la constitución conciliar "Lumen gentium".

Se trata de personas que no sirven al Concilio: se sirven del Concilio para usarlo y manipularlo según intereses incalificables.

Pero no permitiremos que nos roben el nombre del Concilio para destruir el mensaje mismo del Concilio. Porque el Vaticano II fue un acontecimiento eclesial que nació del corazón del Papa; que reunió a miles de obispos en actitud de oración, de fe y de acogida; que nos dejó un mensaje sumamente rico para guiar a la Iglesia en estos momentos apasionantes de la historia humana.

No queremos que nos roben el Concilio. Lo viviremos con pasión, con alegría, con auténtica obediencia. Lo aplicaremos con la ayuda, la luz y la dirección que nos vienen del Vicario de Cristo y de los obispos que viven en comunión entre sí y con el Papa. Lo asumiremos como fuente de nuestra vida espiritual, de nuestro compromiso parroquial, de nuestro servicio a los pobres, los niños y jóvenes, los adultos, los esposos y las familias, los ancianos y los enfermos.

No queremos que nos roben el Concilio. Porque Dios nos lo ofrece para caminar en estos momentos de la historia con la mirada puesta en Cristo, Cabeza de la Iglesia, Redentor del hombre, Hijo del Padre y Amor hecho sacrificio hasta la cruz. Porque hay mucho todavía que aplicar de los documentos aprobados por los Padres conciliares y ratificados por el Papa para que la Iglesia avance fuerte y amorosa en el servicio a todos los hombres de buena voluntad.

El mundo necesita una Iglesia fiel y enamorada, entregada a su misión salvadora y evangelizadora, dispuesta a servir a cada hombre, pues el hombre es el camino de la Iglesia (cf. Juan Pablo II, "Redemptor hominis" n. 14). El Concilio nació para eso, y para eso camina hoy la Iglesia.

Por eso el Papa Benedicto XVI recordó, en su primera homilía, que asumía plenamente el enorme proyecto legado por el concilio Vaticano II: "Por eso, también yo, al disponerme para el servicio del Sucesor de Pedro, quiero reafirmar con fuerza mi decidida voluntad de proseguir en el compromiso de aplicación del concilio Vaticano II, a ejemplo de mis predecesores y en continuidad fiel con la tradición de dos mil años de la Iglesia" (homilía del 20 de abril de 2005).

Es "nuestro" Concilio. Lo viviremos con la misma ilusión con la que lo convocó el Beato Juan XXIII, con el entusiasmo y la esperanza con los que lo culminó y empezó a aplicar el Siervo de Dios Pablo VI, como lo fue llevando a la práctica con tanto amor el Papa Juan Pablo II. Es "nuestro", no de quienes buscan una Iglesia a su medida. Por eso no dejaremos que nos lo roben ni que lo manipulen.

Bajo el Sucesor de Pedro y con el Sucesor de Pedro lo viviremos a fondo, para que el mundo se abra a Cristo, para que Cristo llegue a un mundo hambriento de justicia, necesitado de amor, de esperanza y de consuelo.