El tema del fin del mundo es recurrente en el imaginario colectivo: continuamente suscita interés; hace no mucho fuimos testigos de cómo –una vez más- algún fundamentalista cristiano exaltado (Harold Camping) señalaba una fecha precisa en la cual iba a suceder (21 de mayo). El 2012 tiene a más de uno en vilo; con cierta cadencia se repiten películas que abordan temas afines, también con regularidad circulan cadenas de mails que revelan “nuevos secretos de Fátima” prediciendo desgracias, incluso debo decir que dos de las ocasiones en las que más rating he tenido en las confesiones de los colegios que suelo atender, me ha servido de “publicidad” el hecho de que circularan mails afirmando que un meteorito se estrellaría –también con fecha precisa- en la Tierra, y como “el miedo no anda en burro”, por si las dudas, los muchachos querían tener en paz su conciencia con el Creador.
Por ello, dentro del riquísimo material contenido en el reciente libro de Benedicto XVI, Jesús de Nazaret II, es sugerente recoger lo que afirma al respecto, con ocasión de la 2ª venida de Jesucristo. Puede ser interesante (¿cómico?) contrastarlo con lo que afirma el Pastor que predijo recientemente el fin del mundo, “calculo mal” y lo mandó para el 21 de octubre, sufriendo en el inter un derrame cerebral…
Una primera observación del Papa probablemente desanime a más de algún amante de las cábalas: Jesús “rechaza explícitamente la pregunta sobre el tiempo y momento. La actitud de los discípulos no debe ser ni la de hacer conjeturas sobre la historia ni la de tener fija la mirada en el futuro desconocido”; por eso, “la existencia cristiana no consiste en escudriñar el futuro”. El Papa nos recuerda que la fe en la 2ª venida de Cristo no es como la espera de un trámite burocrático, o la cola que se hace para tener cita con el doctor; por el contrario, “el cristianismo es presencia: don y tarea”. Presencia de Cristo que paradójicamente al estar “a la diestra de Dios” está más cerca de nosotros: es “la permanente cercanía que los discípulos experimentan con tal fuerza que les produce una alegría duradera”. Esa cercanía de Cristo -así concluye el libro- es “la razón permanente de la alegría cristiana”.
Sin embargo, “la fe en el retorno de Cristo es el segundo pilar de la confesión cristiana” y coincide con lo que popularmente se llama “el fin del mundo”. Benedicto XVI se plantea: “¿lo esperamos de buena gana o no?”. Es como si nos preguntaran: “¿quieres ir al cielo?”, la respuesta inmediata es “sí”; pero también, “¿quieres morir?”, a lo que responderíamos “no”; y sin embargo lo segundo es condición de lo primero... “¿Debemos acaso apreciar más el mundo que está declinando que al Señor que, no obstante, esperamos?”.
“Ven, Señor Jesús”, así termina el Apocalipsis, y San Pablo utiliza la misma expresión que viene a decir en arameo “Ven, Señor” o “El Señor viene”. Estas expresiones bíblicas pasaron rápidamente a formar parte de las plegarias litúrgicas de los primeros cristianos. ¿Por qué esa premura?, ¿qué necesidad de pedir a Jesús que vuelva? La segunda venida de Cristo “implica la certeza en la esperanza de que Dios enjugará toda lágrima, que nada quedará sin sentido, que toda injusticia quedará superada y establecida la justicia. La victoria del amor será la última palabra de la historia del mundo”.
Benedicto XVI se hace eco además de una expresión de San Bernardo, en la cual se habla no solo de dos, sino de tres venidas de Cristo: primera, última e intermedia. “Las modalidades de esa venida intermedia son múltiples: el Señor viene en su Palabra; viene en los sacramentos, especialmente en la santa Eucaristía; entra en mi vida mediante palabras y acontecimientos” y también a través de los santos que “hacen época”. “Por tanto, ¿podemos orar por la venida de Jesús? ¿Podemos decir con sinceridad ven Señor Jesús? Sí, podemos y debemos. Pedimos anticipaciones de su presencia renovadora en el mundo”, como son la vida de los santos; señales de que Dios no ha abandonado el mundo, “testigos de su presencia”.