En días recientes, México y Cuba han vivido unos episodios sociales que aparentemente no tienen conexión. En isla caribeña fueron liberados algunos presos políticos, mientras que en nuestro País la Suprema Corte avaló la constitucionalidad de la llamada “adopción gay”. Sin embargo, entre ellos hay una raíz, ¿cuál es?
Se conoce como la “Primavera negra” de Cuba, a la serie de arrestos –y de posteriores condenas– de unos 75 detractores del gobierno de Fidel Castro, ocurridos durante la primavera de 2003. Recientemente, este episodio ha vuelto a la opinión pública internacional, por las manifestaciones de las llamadas “Damas de blanco”.
Este grupo está conformado por esposas y madres de esos presos políticos. Desde 2003 se manifiestan semanalmente, vestidas de blanco. En mayo pasado, el Presidente Raúl Castro amenazó con reprimir estas manifestaciones, cuando la Iglesia católica se ofreció para mediar entre ellas y el gobierno. Finalmente, el 11 de julio fueron liberados algunos de esos prisioneros políticos.
Entre tanto, el fallo de la Suprema Corte a favor de la constitucionalidad de la ley que permite la adopción por parte de parejas homosexuales, ha causado descontento en gran parte de la población nacional. Y esto se ha reflejado en la polémica entre el Cardenal de Guadalajara, Juan Sandoval, y el Jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard.
Ambos sucesos tienen un “factor común”, que es la deficiente relación entre la dignidad humana y el ejercicio de la libertad. En los dos casos, se ha perdido de vista que la libertad sólo se entiende, cuando ésta tiene como punto de apoyo el carácter inviolable de cada persona.
En Cuba, el régimen político prevalece sobre los individuos, de modo que las libertades fundamentales –que se derivan del hecho de ser persona– son reprimidas. El paradigma político de tipo comunista hace que, en Cuba, los individuos queden supeditados a los intereses del partido en el gobierno.
En nuestra Patria, en cambio, la libertad se ha extrapolado, hasta el grado de ponerse por encima de la dignidad de los niños que pueden ser adoptados. En la reciente legislación del Distrito Federal, ha prevalecido la “no discriminación de género” sobre el interés del niño, pues esa ley se aprobó aún cuando no está comprobado que un menor adoptado por una pareja homosexual esté fuera de riesgo de un posible trauma en su desarrollo emocional.
En un caso, se reprende la libertad; en el otro, la libertad pasa por encima de las personas (especialmente de las más vulnerables). En ambas situaciones, el gran don de la libertad no tiene dónde apoyarse. Estos hecho son la “prueba” de que se requiere de un punto de referencia, para que la capacidad de autodeterminación de cada persona no se pierda ni dañe al prójimo.
El faro que ilumina la libre actuación es el valor intrínseco que cada sujeto posee. Ese valor es irrenunciable, y ningún interés particular puede estar por encima de él, ni un régimen político, ni siquiera el deseo de paternidad cuando ésta no se puede conseguir de modo natural.
Estamos ante otra “primavera negra”, que es el oscurecimiento del valor intrínseco de cada persona. Vivimos en una época oscura, que reclama una nueva primavera del espíritu, la cual sólo advendrá cuando cada uno de nosotros cobre conciencia del indisoluble binomio “dignidad y libertad”, y entienda que si la libertad no está anclada en la verdad sobre el hombre, terminará por atropellar la dignidad de los demás.