La objetividad es una ley del periodismo moderno. Un periódico cree ser objetivo si recoge los distintos puntos de vista sobre un tema, las declaraciones de los representantes de partidos y religiones distintas, las posiciones a favor o en contra de una idea, de un personaje, de un acontecimiento.
Por ejemplo, inicia un escándalo contra un banquero. La prensa objetiva publica las acusaciones y la defensa, entrevista al acusado y a los acusadores, recoge las opiniones de los amigos y de los enemigos.
Muchos dirán que la objetividad es un valor positivo: si hay un hecho importante, conviene recoger los distintos puntos de vista. Hemos de recordar, sin embargo, que muchas opiniones nacen a partir de datos previamente seleccionados por los mismos medios informativos. Esos datos suscitan reacciones en la gente, y muchas veces la misma selección de datos ya ha sido claramente orientada, preparada y manipulada en un sentido muy concreto.
Por eso, en el esfuerzo por parecer objetivos, se dan profundas diferencias entre periódico y periódico. Un periodista que piense en la inocencia del acusado organizará la información de forma que los lectores queden con la impresión de que se trata de una calumnia bien montada. Un periodista, en cambio, que desee dejar una fuerte impresión sobre la culpabilidad del banquero, usará las técnicas comunicativas para que la gente lo declare culpable antes de juicio.
Hemos de tener en cuenta, además, que detrás de cada periódico y medio de difusión hay mucho dinero e intereses. Hace años, un propietario de un periódico explicaba que obtenía más dinero por lo que no publicaba que por lo que publicaba. En pocas palabras: recibía buenos “donativos” por callar ciertas informaciones, por sepultar en el olvido noticias que podían dañar a grupos de poder.
Otro modo de ganar dinero por parte de agencias informativas, canales televisivos o de radio y periódicos consiste en publicar ataques a ciertas personas o grupos. De este modo, estos medios entran en el dinamismo de las luchas de poder, en las que un personaje importante puede perder su fama a raíz de calumnias bien organizadas y lanzadas con gran difusión en los medios de comunicación de masas.
Para no quedarnos en simples suposiciones, recordemos un ejemplo del pasado. En México, durante una de las presidencias de Ignacio Comonfort (entre 1855 y 1858) fue promovida una campaña sistemática de prensa contra la Iglesia. Los periódicos “informaban” continuamente sobre escándalos de sacerdotes y religiosos. Los acusados buscaban en vano maneras para defender su fama: tenían contra ellos una prensa controlada, en este caso, por políticos deshonestos.
En el presente las cosas no van mejor. Bastaría con recordar los ataques continuos contra la Iglesia a partir de supuestos escándalos de los sacerdotes. Algunos de ellos son considerados culpables por miles de personas, incluso católicos, simplemente por la insistencia de los medios informativos en repetir una y otra vez las acusaciones, incluso cuando ya los jueces han dictaminado que un caso está cerrado o que faltan pruebas para iniciar el proceso.
Al respecto, en una entrevista del 30 de noviembre de 2002, el entonces cardenal Joseph Ratzinger declaraba: “También en la Iglesia los sacerdotes son pecadores, pero estoy personalmente convencido de que la permanente presencia de pecados de sacerdotes católicos en la prensa, sobre todo en Estados Unidos, es una campaña construida, pues el porcentaje de estos delitos entre sacerdotes no es más elevado que en otras categorías, o quizá es más bajo. En Estados Unidos vemos continuamente noticias sobre este tema, pero menos del 1% de los sacerdotes son culpables de actos de este tipo. La permanente presencia de estas noticias no corresponde a la objetividad de la información ni a la objetividad estadística de los hechos. Por tanto, se llega a la conclusión de que es querida, manipulada, que se quiere desacreditar a la Iglesia. Es una conclusión muy lógica y fundada”.
Sería injusto pensar que todo el mundo de la información funciona según la lógica del dinero y del poder. Ha habido y hay periodistas honestos que no se limitan a girar sólo en torno a temas impuestos y a acusaciones más o menos plausibles pero en no pocas ocasiones completamente falsas. Ha habido y hay periodistas que desean trabajar en favor de la justicia, defender los derechos humanos, combatir males como el aborto o la eutanasia, promover la atención a los marginados y emigrantes, dar su lugar en la vida social a millones de ancianos que viven situaciones de olvido impropias de cualquier pueblo civilizado.
Existe, sí, otro tipo de periodismo, más honesto y más completo. Quizá “menos objetivo”, al no poder entrevistas a los artistas, políticos, pensadores y opinionistas de turno que se prestan fácilmente a opinar sobre los escándalos más famosos y que están poco interesados en crónicas sobre la vida sencilla de millones de personas necesitadas de apoyo informativo.
Existe, pues, otra prensa, y hay que defenderla. Quizá el mundo de internet empieza a abrirse a nuevos tipos de información. Esperamos, además, que cada vez más propietarios de medios masivos de comunicación entren en una lógica que deja de lado la búsqueda del beneficio a cualquier precio para difundir y “vender” noticias de calidad.
También la verdad vende, aunque al inicio nos cueste reconocerlo. Vende, sobre todo, porque promueve y defiende plenamente la dignidad del ser humano, porque sustituye escándalos absurdos con informaciones que salvaguardan virtudes y valores perennes.