¿Forma usted parte del grupo de ingenuos papás, que no se han enterado de todos los medios que tienen sus hijos para acceder al mundo del sexo comercial? Para quienes no han leído otros de mis artículos sobre estos temas, convendrá dejar bien claro que soy un convencido partidario del sexo. Sólo un tonto podría estar en contra de haber recibido la vida de sus padres. Pero una cosa es una cosa, y otra cosa es otra. ¡Viva el sexo que da vida dentro de la familia!
Desde que Alfred Kinsey publicó sus libros “Comportamiento sexual del humano masculino” y “Comportamiento sexual del humano femenino” -es decir, en 1948 y 1953- nos hemos deslizado por una pendiente intencionalmente lubricada hacia una sociedad altamente erotizada, con una larga lista de consecuencias entre las que podemos encontrar la pérdida del respeto a la mujer; un fuerte deterioro del ambiente familiar y otras. Y no es que antes las cosas estuvieran mejor, sin embargo, y valga el juego de palabras, hoy simplemente están peor.
Algunas personas, suelen decir que lo que se ha perdido es la vergüenza, yo pienso que lo que hemos perdido es algo más serio: el sentido de la vida. Por eso hay tantas vidas insípidas a las que pretenden dar contenido a base de puro placer. Son esas personas tan vacías que si les soplan salen volando.
La ciencia más importante en la educación de los hijos es la del amor, pero como sucede en el "Tenis", para mucha gente amor significa “cero”. Eso explica que haya tantos padres quienes, por comodidad y cobardía, dejan la educación sexual de sus hijos a unos desconocidos, y lo peor no es que sean desconocidos, sino que la jerarquía de valores y los parámetros vitales de muchas de esas personas se rigen por las ideologías de moda o por intereses económicos. No perdamos de vista que la industria del sexo deja enormes dividendos.
Ahora, cuando a través de los libros de texto gratuito se está aprobando, cuando no promoviendo, la actividad sexual en los niños y adolescentes, nos conviene escuchar que, según la opinión de muchos psicólogos, la pornografía y la masturbación son manifestaciones y catalizadores, de egocentrismo. Por lo mismo, la solución a estas conductas ha de trabajarse en el descubrimiento de los demás como otros yo, y en la capacidad de servirlos. El no entender esto suele provocar, tarde o temprano, graves deterioros en la relación entre los esposos. Es decir, la masturbación y la pornografía no producen cáncer, pero sí una enfermedad peor: la egolatría.
Aquí se presenta un gran reto. No se trata de educar a base de prohibir, sino de convencer con argumentos serios. El asunto suena difícil, pero a la larga es el único que puede dar buenos resultados.