La pregunta también podría ser esta: «¿por qué el Papa no usa las redes sociales?». Lo hemos escuchado hablar de ellas (véase, por ejemplo, «El magisterio de la Iglesia sobre las redes sociales»), se nota que las conoce, y en los últimos años hemos visto una creciente y progresiva presencia institucional y oficial de la Iglesia, de la Santa Sede, en internet, concretamente en redes sociales como YouTube, Facebook, Blogger y Twitter; ¿entonces por qué no las usa?
Hay dos razones principales que imposibilitan la presencia personal del Papa en las redes sociales. Una es de carácter práctico-pastoral y otra de tipo teológico.
De carácter práctico-pastoral
Imaginemos que el Papa saca un perfil en una red social y que lo hace en la que al 2011 es la más usada: Facebook (seguramente que ya la misma elección suscitaría no pocas notas de prensa críticas sobre por qué eligió esa y no MySpace, LinkedIn, Tuenti, Hi5, Orkut, Bebo o cualquier otra…).
Dado que la mayoría de los social network tienen un límite de «amigos» el Papa debería acudir a la creación de una página de seguidores que consiente un tipo de relación diferente pero menos restringida numéricamente. En esa página podría poner sus encíclicas, sus cartas, sus homilías, sus fotos, sus videos… hacer lo que otros tantos «famosos» hacen y comparten. De entre los millones de seguidores que tendría no sería difícil encontrar quien le pediría consejo y oraciones, quien le contaría sus problemas y suplicaría ayuda, quien le solicitaría que explicara de otro modo algún aspecto o también quien le criticaría incluso con insultos.
Considerando las múltiples actividades diarias de un Papa –celebrar la misa, rezar el Rosario, hacer oración, preparar sus discursos y homilías, recibir en audiencia a obispos de todo el mundo, sus reuniones diarias con los diferentes cardenales que colaboran con él en el gobierno de la Iglesia, recibir a jefes de Estado, de gobierno, embajadores y otros líderes mundiales, viajes apostólicos dentro y fuera de Italia, discursos, audiencias a grupos de peregrinos, etc.– la cuestión sería ya no sólo en qué momento podría subir esos hipotéticos contenidos e interactuar con sus «seguidores», sino cómo responder a millones de seres humanos, cómo moderar comentarios, cómo dar «gusto» a todos.
Se aduce –y algunos incluso exigen– esa «presencia» virtual apelando a que el Papa debe ser un pastor cercano a todos. Detrás de esta consideración va implícito un deseo seguramente válido pero que es necesario entender mejor.
El Papa no está llamado a ser pastor personal de cada uno de los católicos del mundo; esa es misión de los obispos de cada diócesis y, de una manera todavía más singular, de los sacerdotes y de las almas consagradas. Por esta razón no es extraño encontrarse cada vez a más obispos, sacerdotes y almas consagradas haciendo uso apostólico de las redes sociales. No hace falta una explicación minuciosa para entender que una sola persona no puede ser el pastor de más de 1,200 millones de creyentes. Por lógica, resulta imposible en la práctica. Además, ¿no sería «discriminación» y vendría a menoscabo prestar atención sólo a los que tienen acceso a internet mientras que son mayoría los que no lo usan?
Considerando que por «red social» se entiende un concepto mucho más amplio que la mera reducción al nombre especifico de una ellas, todo lo anterior valdría también tanto para un blog como para un perfil en Twitter. ¿En qué momento ya no nada más controlar los comentarios sino incluso leerlos uno a uno, atender las solicitudes, complacer a todos, toparse y tratar a aquellos que esconden detrás de un pseudónimo o el anonimato su identidad real?
De tipo teológico
Pero no es el único aspecto y quizá tampoco el más importante. Las redes sociales implican relación, compartir. Esto es, desde luego, algo muy positivo, pero la dinámica actual de las redes sociales, basada en ese factor que borra las barreras entre emisor y receptor, ha venido a introducir a una errónea concepción de la verdad y de la autoridad.
Ahora se presenta como «verdadero», y en este sentido como imperante, lo más popular, lo más votado, lo más compartido, lo mejor valorado. Pero en no pocas ocasiones lo «más popular» es contrario a la verdad sobre el hombre, el mundo y Dios.
La Revelación, la teología, nos muestran que el Papa recibió de Cristo la autoridad directa sobre su Iglesia para gobernar y para enseñar, en el respeto de un mensaje recibido (no creado según sus ideas personales; eso es a lo que se alude cuando se habla de Magisterio). Pero muchas cosas que defiende y promueve la Iglesia no son actualmente lo «más popular» y, sin embargo, no por eso dejan de ser verdad.
Una imagen nos puede servir: supongamos que el Papa proclama solemnemente un dogma más; pensemos que lo coloca en su perfil personal en una red social –ya sea el enlace, ya el texto completo, incluso el video del momento o las fotos, alguno puede tener más imaginación para acompañar con más elementos ese quimérico instante–; e inmediatamente después se comienzan a disparar los «me gusta», comentarios de satisfacción, pero también –posiblemente en mayor cantidad– los que critican la doctrina enseñada, la fe, con palabras poco amables e incluso con invectivas dolosas. En el supuesto de que habría católicos dispuestos a defender al Papa, ¿sería ese el lugar para hacerlo? ¿Cuál sería la forma? ¿La misión del Pontífice como maestro y guía también en el campo doctrinal no estaría quedando minada, colocada en suspenso, en duda, y denostada? ¿Qué imagen quedaría impresa en las personas que vieran aquel «espectáculo»?
Todo esto es lo que también se debe tener en cuenta cuando se lanzan algunos comentarios poco afortunados sobre el portal institucional de la Santa Sede (www.vatican.va). Se le suele «criticar» porque es estático, austero, de que no posibilita la interacción y otras minucias. Podríamos tener presente que se trata de un portal oficial, de la web de la Iglesia, y que lo que en él queda recogido es, en su mayoría, magisterio y por eso mismo no sujeto a discusión. Eso no significa que se puedan hacer eventuales profundizaciones sobre uno o varios aspectos para esclarecerlos mejor, en caso de que lo precisen, pero no parece que sea ahí el lugar.
Ciertamente todas estas consideraciones invitan a una atención al modo como se presenta la autoridad y la verdad en el plano de la comunicación en la Iglesia. Esto es un reto pastoral porque aunque aparentemente hay una relación conflictual entre teología y la dinámica característica de las redes sociales, no es un escollo insalvable.
Por último, vale la pena hacer mención de un artículo publicado en la edición cotidiana de L´Osservatore Romano en lengua italiana (24-25 gennaio 2011). Aquel texto titulado «Un Papa che usa la matita e fa i conti con la rete» («Un Papa que usa lápiz y entra en relación con la red») revelaba que, de hecho, Benedicto XVI no usaba la computadora sino la pluma, de preferencia el lapicero.
Esto nos permite percibir que es posible vivir feliz sin conexión a la red y que, no obstante, eso no significa desconocer los elementos positivos que internet en general, y las redes sociales en particular, ofrecen. Y es que el Papa ha captado lo principal: la identificación de las inquietudes a las cuales responden las redes sociales y cómo pueden ser aprovechadas, sin olvidar los riesgos, para la transmisión del Evangelio. De ahí que en sus mensajes las palabras sean de motivación para hacerlas rendir como corresponde a un discípulo de Cristo. De esa forma sus palabras también se convierten en espoleos a ser «apóstoles digitales», sin perder de vista la dimensión real auténtica que debe estar detrás de toda relación humana