Dijeron que no es mediático; qué tenía ante él una figura que le hacía sombra; que no tiene el gesto amable y la suavidad de su antecesor. En fin, lo tacharon de duro, radical y poco popular. Pero todas las descripciones y predicciones han fallado. Una y otra vez ha convocado a la juventud y ella, jubilosa y entusiasta, se ha reunido con él durante la Jornada Mundial de la Juventud. El Papa Benedicto XVI congregó en Cuatro Vientos, cerca de Madrid, a casi dos millones de jóvenes. ¿Algún líder puede presumir algo igual?
Como las malas noticias son, para el periodismo superficial, buenas noticias, la Jornada Mundial de la Juventud realizada recientemente en España no ha ocupado grandes espacios. Éstos están reservados para los ni nis; los inconformes; la protesta en Chile o, quizá, para los artistas y sus escándalos. En el caso de la Jornada, ocupó más la atención de nuestro periodismo la presunta amenaza de un estudiante poblano de lanzar gases para matar a los críticos del Papa y a los homosexuales. También se dio amplio espacio a quienes protestaban porque sus impuestos habían servido para financiar el encuentro, cuando cada joven pagó sus propios gastos; también llamó la atención el choque entre los fieles a Benedicto XVI y quienes los insultaban. Pero del mensaje, poco.
Los jóvenes fueron convocados en torno al Papa, vicario de Cristo, y en torno a la fe en Dios y su mensaje. El tema de la jornada no dejaba lugar a dudas ni encierra en engaño: “Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe”. En un mundo lleno de violencia, de escepticismo, de ateísmo y materialismo, parecería ser que un llamado espiritual carecería de sentido, pero no es así. El llamado del espíritu sigue siendo fuerte y a pesar de significa ser contracorriente, logra convocar a la juventud. Los casi dos millones de jóvenes que acudieron a la jornada, han demostrado al mundo que son capaces de superar el relativismo, el pansexualismo y la superficialidad. Con su presencia demostraron que hay valores superiores por los que vale la pena vivir.
La Jornada de 2011 ha sido un grito de la juventud para otros jóvenes y para el mundo, frente a los absurdos y sinsentidos que observamos por doquier. Durante toda la historia, nos dicen en las primeras clases de filosofía, el hombre se ha preguntado quién es, de dónde viene y a dónde va. El hombre siempre ha buscado un sentido a su vida y en la respuesta correcta de esta interrogante radica la grandeza de la persona. Pero la ausencia de respuesta o una equivocada son la causa de los males que afectan a la humanidad.
¿Por qué México está inmerso en la ola de violencia que no ahoga? Precisamente porque hemos sido incapaces, todos, de dar una fuerte respuesta que sea capaz de desarmar a quienes hoy ven en el dinero, en el placer y en el abuso frente a los demás, un modo de ser y conducirse. Han faltado ejemplos y palabras. Aquí y en todo el mundo. Por ello, el Papa Benedicto XVI, en su homilía durante la misa en Cuatro Vientos pidió a los jóvenes que habían acudido a ese lugar convocados para vivir un encuentro con Cristo, que no lo guardaran para ellos, sino que lo comunicaran a los demás y mostraran la alegría de vivir la fe. Lo dijo a los jóvenes, para que lo atendiéramos todos, los que más allá de la edad, queremos vivir con ánimo joven.
Esta prédica, aunque moleste a los laicistas, tiene que ser pública, como en Madrid, a los cuatro vientos. No sólo hacia adentro de la Iglesia, sino también frente a la sociedad. Es un llamado a lo más alto que tiene el hombre: su espíritu, lugar donde radica su dignidad. Si nosotros no nos elevamos a lo más alto que tenemos, no podremos dar respuestas claras a los problemas de violencia que hoy enfrenta la sociedad mexicana. El amplio diagnóstico y propuesta que sobre la violencia actual vive México hizo la UNAM, enfatiza en el tema de lo laico. Y con ello se corre el riesgo de desdeñar esta dimensión espiritual de la persona y, al hacerlo, cancelar desde hoy todo lo que se pueda hacer en profundidad para combatir la violencia y alcanzar una paz fundada en la dignidad de la persona, en la verdad, en el orden y en la justicia.
Ciertamente no toca a las instituciones públicas ser confesionales, pero en México, la mayoría de la población se declara católica y si fuera congruente con su decir, otro gallo nos cantara. Apelar a que inspirados por Dios, como creyentes descubramos nuestra vocación en la sociedad y con ese sentido influyamos en ella con coherencia, es lo mínimo que debe hacer todo creyente, no sólo el católico. Y en Cristo encontramos caminos de mejor vida para la persona y la sociedad.
Sí, las puertas del corazón y de las instituciones sociales deben estar abiertas a la realidad del espíritu e impulsarse en su fuerza para revertir el deterioro que vivimos. La primera que debería tomar ese impulso dentro de una sana laicidad es la UNAM, no debe olvidar que lleva como lema: “Por mi raza hablará el Espíritu”.