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¿Podemos ser intercesores?

¿Podemos ser intercesores?

1) Para saber

André Frossard es un escritor francés, ya fallecido, que tuvo la oportunidad de conocer de cerca al Papa Juan Pablo II. En un libro que escribió sobre sus conversaciones con el Papa, nos habla sobre el extremo cuidado con que celebra la Santa Misa. Dice que lo hace con “la aparente lentitud de los astros en traslación por el cielo”, es algo grandioso lo que realiza pero lo hace con suma tranquilidad. Cuenta que al terminar la Misa, el Papa se queda unos veinte minutos arrodillado en su reclinatorio haciendo su acción de gracias. Frossard resume en pocas palabras su experiencia al ver rezarlo: “Ante mí tenía un bloque de oración”.

En el mismo libro, llamado “No tengáis miedo”, nos relata que al día siguiente del atentado de hace años, sufrido en la plaza de San Pedro, apenas volvió en sí, después de la operación sufrida, su primera pregunta fue: “¿Ya rezamos las ‘completas’?” (Las “completas” son unas oraciones que la Iglesia les pide a los sacerdotes que las recen todos los días). En ese mismo hospital, el Papa le comentaba a una religiosa que lo atendió: “El mundo entero tiene derecho a esperar mucho del Papa, luego el Papa no rezará nunca lo bastante”. Y es que el Papa, a través de sus oraciones, pide por todo el mundo, intercede ante Dios por todas las personas de la tierra.

El Papa nos da ejemplo de darle importancia a la oración. Y aunque podemos rezar a cualquier hora del día, también es cierto que adquiere especial valor hacerlo en la Santa Misa. Por ello, hemos de acudir a la Santa Misa con muchas intenciones que encomendarle a Dios.

2) Para pensar

Posiblemente hemos pasado por momentos en que una persona conocida nos platica un gran problema que tiene, o nos enteramos que una amistad pasa por momentos difíciles. Tal vez la solución no está en nuestras manos, ni es fácil arreglarlo. ¿Qué hacer entonces? ¿Cómo podemos ayudarle a esa persona? ¿Acaso tenemos que quedarnos sin hacer nada? Nada de eso. Podemos ayudarle, y mucho. ¿Cómo? Encomendándola. Es decir, podemos pedirle a Dios por esa persona. Posiblemente nosotros no podemos resolver el asunto, pero Dios sí puede, y nosotros podemos ayudar en pedirle a Dios que se apiade de esa persona.

Hay un pasaje de la vida de Jesús en que unos hombres llevan en camilla a su amigo hasta los pies de Jesús. Es más, como no pueden entrar por la puerta debido a la multitud que se agolpaba en torno al Señor, deciden subir al tejado y desde ahí descolgar a su amigo en la camilla. Entonces Jesús, nos dice el evangelista, al ver la fe de los amigos, se apiada de aquel paralítico, lo cura de su enfermedad y le perdona sus pecados (cfr. Lc. 5, 17ss). En este pasaje podemos observar cómo el enfermo es curado de su cuerpo y de su alma gracias a la intercesión de sus amigos.

Nosotros también hemos de saber interceder ante Dios por los demás, sean parientes, amigos o conocidos. Un momento privilegiado para hacerlo, es durante la Santa Misa. Todo la Misa ha de ser una oración a Dios Padre. Hay que ser conscientes de que en la Misa nuestras oraciones son unidas a la oración de Jesucristo en la Cruz, y por eso adquieren un gran valor. Pensemos si no podríamos poner más fe en la oración, a ejemplo del Santo Padre, sabiendo que son oraciones agradables a Dios al provenir de Hijo Jesucristo.

3) Para vivir

Dentro de la Liturgia Eucarística, hay unos momentos que están dedicados a que pidamos por los demás y por nosotros mismos: “Ten misericordia de todos nosotros” (cfr. Plegaria Eucarística II). Además hay unas oraciones donde se pide especialmente por los fieles difuntos, aquellos “que nos han precedido con el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz” (cfr. Plegaria Eucarística I). Aprovechemos pues, para encomendar en la Misa a todas las personas que conocemos, estén vivas o difuntas, y estaremos haciendo mucho bien por ellas.