La píldora anticonceptiva tiene tras de sí una amplia base ideológica que explica tanto su difusión a partir de 1960 como las diversas transformaciones que ha sufrido desde entonces.
Son varios los filones que sostienen esa base ideológica. Vamos a considerar ahora uno, que surge del deseo de controlar el número de hijos para evitar situaciones económicas y demográficas consideradas por algunos como peligrosas.
La idea de que el nacimiento de muchos hijos aumenta la pobreza y provoca serios problemas económicos es bastante antigua. En cierta manera, es una experiencia espontánea dentro de muchas familias, que perciben el inicio de cada embarazo como “problemático”, pues hay que ajustar los espacios en la casa, calcular nuevos gastos, ver cómo dar comida, vestido y educación al que llega y a los ya nacidos, etc.
Junto a la experiencia espontánea, en el pasado ha habido pensadores que han visto la elevada natalidad como una causa del empobrecimiento general de los pueblos. Platón, por ejemplo, lanzó la señal de alarma ya en el siglo IV a.C., al indicar que una ciudad con exceso de población no sería capaz de organizarse de modo correcto.
En el mundo moderno la idea de que el aumento de la población lleva a un aumento de pobreza y genera conflictos sociales encontró a un defensor decidido en Malthus.
Thomas Robert Malthus (1766-1834) era un pastor anglicano que realizó diversos estudios de tipo económico. Su idea de fondo es muy sencilla: mientras la población crece de modo geométrico (2, 4, 8, etc.), la producción de alimentos sólo consigue crecer aritméticamente (1, 2, 3, etc.).
En pocas palabras: el aumento de población es mucho más rápido que la producción de alimentos y bienes de consumo, por lo que, de no controlarse el número de hijos, sería inevitable un periodo de hambres, tensiones y guerras entre los grupos humanos.
No es el caso analizar los puntos de interés y los errores de esta teoría. La realidad es que las ideas de fondo de Malthus (a más gente menos comida y más tensiones) se han difundido y reformulado de diversas maneras.
Como dato indicativo, podemos recordar que uno de los primeros autores de la bioética, Van Rensselaer Potter (1911-2001), consideraba que el aumento de la población y el desarrollo económico iban a generar guerras por el control del agua y de las fuentes de energía, y al final se haría prácticamente imposible la supervivencia de los seres humanos en el planeta.
En 1968, y como parte de la mentalidad antinatalista, Paul Ehrlich publicó un libro titulado The Population Bomb, que hablaba del tema demográfico como si se tratase de una peligrosa bomba. En una entrevista publicada muchos años después, en 2009, Ehrlich volvió sobre sus ideas y las resumió de un modo simplificado y alarmista, al comparar a los seres humanos con las moscas: “Somos como moscas de la fruta. Una mosca llega a un grupo de plátanos, pone huevos y causa una explosión demográfica. Cuando la población colapsa porque hay demasiadas moscas algunas hembras se van a otro grupo de plátanos. Pero aquí no tenemos dónde ir. Ése es nuestro dilema” (El País, 6 de noviembre de 2009).
Las ideas de Malthus, de Potter, de Ehrlich y de otros autores siguen en pie y se discuten a distintos niveles. No es infrecuente escuchar a gente común que habla de que somos demasiados, de que el hambre seguirá o incluso aumentará si los pobres tienen muchos hijos, etc.
A nivel internacional, conferencias mundiales sobre la población, como la de El Cairo (1994), se han convertido en un auténtico campo de batalla entre quienes deseaban imponer medidas drásticas (especialmente a través de una mayor difusión de los anticonceptivos e incluso del aborto) para controlar la “explosión demográfica”, y quienes consideraban que lo importante no era invertir en sistemas antinatalistas sino en educación y en una buena distribución de los bienes materiales para lograr un desarrollo equilibrado y erradicar en buena parte el hambre y la miseria en el mundo.
Las ideas que presentan a los nuevos hijos como enemigos del desarrollo han sido aplicadas de modo dramático e impositivo por las autoridades en China, con la tristemente famosa política del hijo único. Se trata de un proyecto de “ingeniería social” que muestra hasta qué punto una ideología puede llegar a convertirse en camisa de fuerza impuesta por grupos de poder a grandes masas de población.
Podemos añadir que ciertas asociaciones afines al ambientalismo y grupos que se preocupan por el “cambio climático”, promueven también acusaciones graves sobre el “exceso” de población y piden una fuerte reducción del número de nacimientos. No han faltado propuestas en esa línea durante la conferencia mundial sobre el clima que tuvo lugar en Copenhague en diciembre de 2009.
En resumen, la idea de que “somos demasiados”, asociada al lema, usado en algunos países, de que “la familia pequeña vive mejor”, ha tenido y sigue teniendo un peso muy importante en la difusión de la mentalidad anticonceptiva. También ha fomentado la mentalidad a favor del aborto, visto como “solución” para aquellos casos en los que los métodos anticonceptivos hubieran fracasado y una mujer iniciase un embarazo no deseado por ella o por quienes tienen autoridad sobre ella, sea el propio esposo, la familia, el jefe de trabajo o incluso los gobernantes de turno.