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Personas y Animales: ante el preambulo de la constitucion europea

La cultura de Occidente y de otros muchos pueblos ha creído siempre que el hombre era superior a los animales. Esta convicción, sin embargo, es discutida en la actualidad por algunos autores del movimiento animalista, y nos exige una reflexión atenta sobre el tema.

Podemos iniciar con un párrafo del preámbulo preparado para la Constitución europea, dado a la luz primeramente en mayo de 2003, retocado en el mes de junio, y presentado en la reciente reunión de Salónica (20 de junio de 2003):

“Con la inspiración de las herencias culturales, religiosas y humanistas de Europa, cuyos valores siguen presentes en su patrimonio, y han hecho arraigar en la vida de la sociedad su visión del valor primordial de la persona y de sus derechos inviolables e inalienables, así como del respeto al derecho...” (cf. http://european-convention.eu.int).

El texto todavía se encuentra en fase de discusión, y puede ser modificado en los próximos meses. De todos modos, vamos a tenerlo presente para estas reflexiones.

El primer dato a subrayar es el problema de las traducciones. En castellano, se habla del “valor primordial de la persona”. En otras traducciones encontramos formulaciones con diferencias que pueden ser relevantes. Así, en inglés, se habla de “central role of the human person”; en francés, del “rôle central de la personne humaine”; en alemán, del “zentrale Stellung des Menschen”; en italiano, del “ruolo centrale della persona umana”. Es decir, algunas traducciones hablan sólo de la “persona” (la española), otras de “persona humana” (inglés, francés, italiano) y otras aluden sólo al “hombre” (texto alemán). Las cinco traducciones analizadas nos hablan del “valor primordial” o “centralidad” de este ser (persona, hombre, persona humana).

Diversas tradiciones “europeas”, sea en el mundo griego, sea en el Iluminismo, sea entre pensadores posteriores, han puesto en discusión tal centralidad. Para algunos, el hombre sería, simplemente, un ser vivo un poco especial, pero sin derecho a privilegios sobre otros animales superiores. Podríamos recordar a David Hume (pensador del siglo XVIII) para quien tiene poco valor el alma espiritual y mucho las emociones y los sentimientos. A ese nivel, entre hombres y animales existirían solamente diferencias de grado. Algo parecido encontramos en Jeremy Bentham (a caballo entre los siglos XVIII y XIX), gran defensor del utilitarismo, para quien el criterio fundamental de la acción es promover el placer (para el mayor número posible de hombres) y disminuir el dolor. Está claro que, si el criterio fundamental es éste, y si no se admite una radical diferencia entre los hombres y los animales, la promoción del placer debería incluir, de algún modo, a seres vivientes que tengan una sensibilidad similar a la nuestra.

Con su teoría evolucionista, Charles Darwin (siglo XIX) tuvo que reconocer que nuestro origen y el de los animales eran idénticos, y que teníamos que renunciar a nuestra pretensión de ser “superiores”. La invitación a la humildad sería una consecuencia lógica del darwinismo. Más aún, deberíamos reconocer que la única manera para poder sobrevivir como especie debería ser imitar la naturaleza, que elimina a los débiles y promueve sobre todo a los fuertes.

La conexión de ideas como estas y el nacismo es fácilmente intuible, y fue posible a través de lo que se denominó “darwinismo social”, un modo de analizar la vida social como una lucha que beneficia a los más fuertes y que deja de lado a los débiles. En cierto sentido, el “darwinismo social” ya estaba presente en el mismo Darwin, que se dio cuenta de la necesidad que tenía la especie humana, para garantizar su supervivencia, en promover el nacimiento de los mejores y no el de los más débiles (se trate de individuos o de razas), como se hace en las granjas con los animales.

Las ideas del darwinismo y del utilitarismo han vivido de distintas formas en el siglo XX, pero encuentran una síntesis muy particular en Peter Singer, un decidido defensor de la “liberación animal” desde hace más de 30 años. Para Singer y para quienes defienden ideas semejantes a las suyas, se hace imprescindible dejar de lado la idea de una superioridad del hombre sobre los animales. Si hemos tenido el valor de superar el racismo y el sexismo, hemos de dar un paso adelante y convencernos de que hay que dejar de lado el “especismo” (discriminar a los seres vivos según sus diferencias como especies).

Singer interpreta la noción de “persona” de un modo particular. El criterio para ver quién es persona y quién no, consiste en analizar si este animal posee o no una cierta autoconciencia, si tiene un proyecto o deseo de vivir, y un nivel de sensibilidad suficiente. Según estos criterios, nos encontraremos con que algunos seres humanos no son personas (los embriones, los fetos, algunos niños con una gran deficiencia mental, enfermos en estado de coma o adultos con formas graves de enfermedades mentales), y que algunos animales son personas.

Esto significaría toda una revolución para el derecho, lo cual, según Singer, sería la consecuencia lógica del darwinismo. Si aceptamos que el hombre viene por casualidad de los animales, no tenemos más remedio que reconocer que no existe ninguna creación directa del alma humana por parte de Dios (la evolución no nos permite admitir esto). Por lo tanto, continúa Singer, el límite que nos separa de los animales no es “decisivo”, sino parte de un proceso de desarrollo evolutivo que nos debería hermanar con aquellos animales que tuviesen características “personales” semejantes a las nuestras.

Peter Singer nos pone un gran problema: ¿de verdad la teoría de la evolución implica negar la supremacía del hombre respecto de los demás animales? En un contexto evolucionista, ¿tiene algún sentido hablar de espiritualidad? Para Singer no, pues el darwinismo nos lleva a dejar de lado a Dios y a considerar al ser humano como un producto casual del proceso evolutivo.

Hay muchos datos, sin embargo, que nos llevan a pensar que el hombre no es sólo un simple animal, sino que goza de una capacidad de entender y de amar que puede explicarse sólo a partir de algo que supere los límites de la sensibilidad y de la misma evolución, pues la materia no es suficiente para que aparezca un alma espiritual. En otras palabras, no somos simplemente el resultado de mutaciones genéticas casuales, sino que nuestra existencia procede de un ser superior, de Dios, como ya intuyeron Platón y Aristóteles, y como han defendido las tradiciones religiosas que más presencia han tenido en el mundo europeo: el judaísmo, el cristianismo y el islam.

La Constitución europea nos pone, por lo tanto, ante problemas centrales del pensamiento reflexivo: ¿qué es el hombre? ¿Qué significa ser persona? ¿Todos los seres humanos son personas? No profundizar en este punto y construir un texto legislativo en el que se permitan ambigüedades sobre estos temas centrales será un peligro para el futuro de muchos europeos, los más débiles: los no nacidos, los que sufran graves deficiencias físicas o mentales, los que entren en la etapa final de su existencia terrena. Si ellos no son personas, si ellos no van a recibir la protección del derecho, quizá nos encontraremos un día con que se repiten páginas tan tristes como las de los campos de concentración de masas, la eliminación de enfermos mentales, la destrucción de niños nacidos con deficiencias físicas o (un delito al que ya muchos se han acostumbrado) la del recurso al aborto como práctica rutinaria.

En el fondo, la Europa que queramos será sólo justa si se decide a defender a todo ser humano, el apenas concebido y el que vive en medio de una enfermedad degenerativa, el nacido aquí o el que llama a nuestras puertas pidiendo un poco de solidaridad y de ayuda. Esa justicia no podrá alcanzarse si no reconocemos claramente que existe una diferencia radical entre los hombres y los animales. ¿No estaremos, entonces, en el momento de iniciar una reflexión metafísica más profunda sobre lo que significa ser hombres, incluso con la ayuda del patrimonio religioso que ha construido lo mejor de nuestra civilización europea?